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09 enero 2011

Música de barbudos

Estas Navidades El Perro Lunar y yo no hemos podido compatibilizar nuestros horarios, así que han sido las primeras en unos cuantos años que no hemos celebrado juntos. Este año las vacaciones las he pasado en la granja de mi buen amigo Itinerant Farmer, al norte del estado de Nueva York, cerca ya de Canadá. Y allí, en medio de ninguna parte, fui a encontrarme con Jet, un perro muy majete, primo tercero o algo así de El Perro Lunar (ver foto). Una vez más, queda demostrado: el mundo es un moco en un pañuelo.

Mi visita a la granja de Itinerant Farmer parece estar convirtiéndose en una tradición anual y me he dado cuenta de que una parte indispensable de la tradición es que me vuelva de la granja con barba y escuchando a todas horas música de barbudos. El año pasado, como ya os comenté, mi gran descubrimiento granjero fue Ray LaMontagne; este año me he traído otros barbudos nuevos en el iPod, y ésa es la razón por la que escribo este post.

La respuesta a la pregunta que quizás muchos os estéis haciendo, "pero ¿qué narices será eso de música de barbudos?", es muy sencilla: es un género musical que me he inventado. ¿Vosotros no os inventáis géneros musicales? Seamos sinceros, los géneros estándar son demasiado poco precisos, casi cualquier cosa puede caber bajo la etiqueta de rock o de pop. Si os hubiera dicho que iba a hablar de folk no habríais podido saber si se trataba de una banda funeraria iraní o de Joan Baez, y si hubiera dicho canción de autor podríais haber pensado en Serrat o Aznavour. Sin embargo, música de barbudos es algo mucho más concreto que hace referencia únicamente al estilo de música que Itinerant Farmer y yo tocamos y cantamos después de un duro día de trabajo orgánico y sostenible en la granja, sentados en un sofá, con sendas barbazas y sendas camisas de franela a cuadros, acompañados de una buena cerveza casera y una buena guitarra. A que ahora lo tenéis mucho más claro. Bueno, para los que anden cortos de imaginación, os dejo aquí dos canciones, una de Bob Dylan y otra de Gillian Welch, que son ejemplos arquetípicos del género barbudo.

Los que estéis al tanto de la modernidad musical al oír lo de barbudos quizás hayáis pensado en Bon Iver o en Iron & Wine, ya que ambos gustan de dejar crecer su vello facial, y sí, ambos encajan perfectamente en este estilo (aunque no son mis favoritos) pero no os dejéis llevar por las apariencias, ("no me nades en la superficie, compadre, adéntrate, sumérgete en la profundidad del planteamiento que te quiero transmitir"), para formar parte de este estilo no es necesario lucir barba; la propia Gillian Welch no lo hace y es la reina de los barbudos. Tampoco hace falta ser americano para que tu música sea barbuda, aunque Estados Unidos sea el país con mayor número de barbudos por milla cuadrada. De hecho, el gran descubrimiento de mi última estancia en la granja es original de Suecia y no suele llevar barba, aunque sí tiene un complejo de Dylan que no puede con él. Se trata de The Tallest Man on Earth, todo un maestro en el arte de convertir una guitarra y una voz en horas de entretenimiento. Tanto es así que Itinerant Farmer y yo en un largo viaje en coche que hicimos estas vacaciones nos enzarzamos en una conversación y sin darnos cuenta dejamos que su segundo disco, The Wild Hunt, sonara unas tres o cuatro veces seguidas. Normal que ahora no pueda quitarme de la cabeza su canción "The King of Spain", en la que fantasea con hacerse Borbón y quitarle el trono a nuestro Don Juan Carlos. Tampoco es americano el que quizás sea mi barbudo favorito, Piers Faccini, que es una mezcla entre italiano, británico y francés. Yo lo descubrí hace unos años con estos dos vídeos y desde entonces no he dejado de escucharlo. Espero que os gusten tanto como a mí.




Otros barbudos que he descubierto esta Navidad son Mark Erelli y Jeffrey Foucault que, al parecer, son bastante famosos en la escena barbuda de Massachusetts, pero yo no había oído hablar de ellos en mi vida. Acaban de sacar juntos el disco Seven Curses con versiones de baladas trágicas, en su mayoría tradicionales pero con alguna más moderna, como esta "Ellis Unit" de Steve Earle sobre un empleado de la unidad de ejecuciones de una prisión americana. Un disco muy barbudo, sí señor, porque la tristeza, la melancolía e incluso la tragedia son elemento s muy característicos de este estilo de música que os presento hoy. Normal que los barbudos acabemos todos leyendo a Unamuno. Cuando Itinerant Farmer y yo solíamos cantar por España la gente nos preguntaba "¿no os sabéis ninguna canción un poco más alegre?", y entonces nos mirábamos pensativos y las únicas canciones que se nos ocurrían eran "Dead Roses" de los Rolling, "Sloop John B." de los Beach Boys o "The Night They Drove Old Dixie Down" de The Band, que, aunque un poco más animadas, no es que traten temas muy alegres que digamos.

Y poco más tengo que explicaros acerca de la música de barbudos; espero que os hayáis hecho una idea. Iba a acabar el post deseándoos feliz año y animándoos a que en 2011 os dejarais barba, pero no sé qué pensarían las lectoras de este blog, así que os animo a que, si tenéis oportunidad, trabajéis unos días en una granja, pero sobre todo os animo a que bebáis mucha buena cerveza y escuchéis mucha buena música.

05 diciembre 2010

El camino de vinilos amarillos

El que diga que comprar música está pasado de moda y que el futuro es digital y todas esas chorradas no está en lo cierto. No, no y no. Comprar discos sigue siendo una de las actividades más gratificantes para un buen aficionado a la buena música. Y yo, modestia aparte, soy uno de ésos.

Cuando llegué a Estados Unidos no tenía esperanzas de poder comprar mucha música aquí. Seamos sinceros, Knoxville no es San Francisco o Nueva York, no tiene macrotiendas-paraíso-para-freaks como Amoeba Records; ni siquiera es Nashville o Memphis, así que mi sorpresa fue doble al ver la oferta de tiendas de música que me ofrecía esta ciudad. Ahora veo la pila de vinilos que voy a tener que llevarme de alguna manera de vuelta a España y me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Quizás el título del post sea algo exagerado y los vinilos no me den como para llegar al Reino de Oz andando sobre ellos, pero desde luego, ocupan de sobra el suelo de mi cocina, que es la mitad de mi apartamento aquí.

Knoxville, TN ha resultado ser un paraíso para los que gustan de comprar vinilos de segunda mano. Todos sabemos lo que hay en una tienda de vinilos de segunda mano: las colecciones de discos de los que en los '90 habían visto ya alrededor de cincuenta primaveras y se habían hartado de que sus vinilos acumularan polvo y ocuparan sitio y se dijeron: ¿quién necesita estos viejos discos ahora que las cintas y los CD son lo más. Además, dicen que lo siguiente será el MiniDisc, ¡qué pasada!, eso sí que va a ser la revolución. Qué equivocados estaban y qué bien nos viene ahora a nosotros la determinación que tomaron de vender sus vinilos. Pero en España estamos mal acostumbrados, porque los discos que tenían los que rondaban los cincuenta en los '90, por lo general no eran gran cosa, así que uno se encuentra mucha paja en las tiendas de vinilos de segunda mano de España. Pero, amigos, los que rondaban los cincuenta en los '90 aquí en Estados Unidos eran diferentes: muchos habían estado en Woodstock o en Big Sur, muchos fueron a las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, muchos estarían allí cuando parecía que el mundo se desmoronaba porque Dylan tocaba una guitarra eléctrica y, seamos justos, otros muchos quizás también quemaran sus discos de los Beatles cuando Lennon dijo aquello de Jesucristo...
El resultado de todo esto es que ya entrados en la segunda década del siglo XXI un servidor se ha pasado más de una tarde despacible de otoño llenándose los dedos de polvo rebuscando en cajas de cartón llenas de una miscelánea musical sin orden ni concierto en las que iba descubriendo, una detrás de otra, joyitas que llevarse a casa, todas en perfecto estado, sin un rayajo ¡y ninguna a más de 10$! En una tienda de instrumentos (en la que ya le tengo echado el ojo a un banjo) tenían demasiados vinilos y querían quitárselos de encima cuanto antes así que me vendían dos por 7$. Una tienda de libros de segunda mano tenía millones de vinilos a 2$, 3$ y 5$ (y muchos no valían la pena, seamos sinceros). Y en otra tienda la selección era mucho mejor pero los precios mayores (entre 8$ y 12$).

Estando como estamos en Tennessee y teniendo yo los gustos que tengo, me he hecho con montones de clásicos de folk y country como el Folsom Prison de Johnny Cash, el Tapestry de Carole King, el primer disco de Peter, Paul & Mary, el Roses in the Snow de Emmylou Harris o una recopilación con lo mejor de los dos primeros discos de Dolly Parton en la que sale ella en la portada con su peinado platino antigravitacional y sus... en fin, ya sabéis.
También he encontrado los primeros discos en solitario de David Crosby y de Graham Nash, tanto juntos como separados, el Desire de Dylan, que mi padre ponía una y otra vez cuando yo era pequeño, y tres discazos de mi querida Joni Mitchell y tres discazos de mi queridísima Joan Baez, entre los que está el Any day now, ilustrado por ella misma con viñetas para cada una de las canciones. Pero la joya de la corona, la niña de mis ojos, la flor más bella del jardín no es de Joan sino de su hermana. Sí, señores. ¿Os acordáis de que yo me quejaba de que el disco de Mimi Fariña con Tom Jans no estaba reeditado? Bueno, pues sigue sin estarlo pero... chincha rabincha, yo tengo una copia origina-al y tú no-ooo.

Y no todo son clásicos, también me he hecho con rarezas, como el disco de Richie Havens tocando el sitar o una recopilación de directos de Janis Joplin y con discos más modernos como el de Ben Harper con los Blind Boys of Alabama. Y tampoco son todo countrerías y folqueces, sabéis que en este blog le damos a todos los palos, y entre mis nuevas adquisiciones me precio de contar un Dark side of the moon original y de los mismos Pink Floyd un Umma Gumma. O los ritmos tropicales de Johnny Nash, miembro indispensable de mis canciones mañaneras con I can see clearly now. Y, entre otros, la fantasía doble de Lennon y Yoko, el gospel funkoso de Graham Central Station y la mítica portada de los Wild Cherry, la de Play that funky music.

Sé que este post es un tanto atípico, pero viendo todo este panorama os podréis imaginar lo feliz que estoy con mis nuevas adquisiciones y quería compartirlas con alguien pero no sabía muy bien cómo, así que pensé que ponerlas aquí sería una buena opción. Porque comprar música sigue molando y compartir la música que te compras con amigos mola mucho más.

P.D.: Y no he querido hablar de los vinilos reeditados, que están todos mucho más baratos que en España. Aquí tenéis una muestra de lo que no he podido dejar de comprarme.
P.D.2: Si alguien quiere el vinilo original del Concert for Bangladesh, o a algún bossero le gustaría tener The River o Born to Run que me lo diga rápidamente.

30 abril 2010

Mimi Fariña

Querida Mimi:

¿Qué tal va todo por ahí arriba? Seguro que estáis celebrando tu cumpleaños a bombo y platillo. Hoy habrías cumplido 65 años, pero estarás tan guapa como a los veinte, tan guapa como siempre.

Seré breve, no quiero aburrirte mucho, sólo te escribo para que sepas que por aquí abajo nos seguimos acordando de ti. Yo, en concreto, ya sabes que te tengo siempre presente, y no sólo por la foto tuya que cuelga en la pared de mi habitación. Me encanta despertarme y poner alguna de esas fantásticas canciones instrumentales de tus discos con Richard. Si me permites el juego de palabras facilón, convierten en una celebración hasta el día más gris. Aunque no lo sepáis ninguno de los dos, me habéis ayudado mucho en algunos momentos.

El problema es que cuando empiezo así el día ya no puedo dejar de pensar en ti. Voy hilando una cosa con la otra y, sin saber muy bien cómo, acabo como empecé, yéndome a la cama con tu música, probablemente con Best of Friends, de tu disco en solitario, que grabaste justo el año en que yo nací y que, pese a ese bajo eléctrico un tanto machacón, tanto me gusta.

Como te digo, suelo empezar siempre con tus discos con Richard, lo que me lleva inevitablemente a coger de la estantería su gran libro "Been down so long it looks like up to me". Ojalá todos los que nos creemos interesantes por citar a Kerouac leyéramos más a Richard Fariña. Y entonces, claro, me acuerdo de su trágica muerte, justo un día como hoy, tu cumpleaños, y de todo lo que sufriste. Pobre Mimi. Siempre pienso que debió de ser muy duro y a la vez muy bonito grabar "Memories", recordando y homenajeando al que había sido el amor de tu juventud.

Menos mal que, aunque te costara, fuiste fuerte y superaste su pérdida, como bien canta tu hermana en una de sus mejores canciones, Sweet Sir Galahad. Si la canción ya es encantadora de por sí, se me hace mucho más entrañable viendo cómo tú y Milan hacíais el tonto por los acantilados del Pacífico en el Big Sur Festival. Por cierto, ahora que me voy unos días a cruzar el charco y pasaré por la costa californiana, no puedo dejar de tararear One-way ticket. ¡Qué temazo!

Después suelo meterme en la increíblemente documentada página web de Douglas Cooke, en la que siempre descubro algo nuevo. Como el día en que me enteré de que habías grabado un disco junto a Tom Jans en 1971. Qué feliz me hizo descubrirlo y qué pena me dio ver que un disco que desde entonces considero casi indispensable para cualquier amante del folk no esté reeditado en condiciones. Bueno, como cualquiera de tus obras; creo que no te hacemos todo el caso que te mereces, Mimi, pero confío en que algún día las cosas cambien.

Y cuando se acerca el final del día llega el momento que he estado evitando desde por la mañana, el momento de recordar tu muerte, el momento de ver de nuevo el documental sobre la vida de tu hermana Joan y de emocionarme con ella. Pero entonces vuelvo a poner alguno de tus discos y me doy cuenta de que no te has ido porque siempre estarás en la pared de mi habitación y siempre habrá días en los que estés continuamente a mi lado.

15 noviembre 2009

Bob Dylan - "Blood on the tracks"

Columbia (1975)
Algunos conocidos me han dicho en los últimos meses eso de "claro, como te ha dejado la novia ahora vuelves a quedar con nostros". Razón no les falta. De un modo similar, no dejo de imaginarme al abuelete sabio y cascarrabias que es ya Bob Dylan diciendo, con un leve movimiento de cabeza: "ay, Susu, bribón, que sólo te acuerdas de mi "Blood on the tracks" cuando te han dado calabazas".

Bien sabes, querido Bob, que eso no es del todo cierto, que todas las canciones del que considero tu mejor álbum viven en mi guitarra y aprovechan la mínima ocasión para aparecer sin ser llamadas, pero sí es verdad que nunca escucho tanto ni con tanta intensidad tu obra maestra como cuando it pierces me to the heart. Y es que "Blood on the tracks" es EL disco para escuchar cuando te han dejado. Bob Dylan ya tenía muchas canciones sobre el amor y el desamor en 1975, pero escritas en su mayoría desde el punto de vista del rompecorazones despreocupado y libre que siempre fue. Aquí nos encontramos casi por primera vez a un Dylan realmente herido: Sara se había ido y él no pudo hacer otra cosa más que afinar su guitarra en open E y, utilizando los mismos seis o siete acordes, poner toda su sangre en diez canciones con frases como you'll never know the hurt I suffered nor the pain I rise above. (Dylan negará que sea autobiográfico todo lo que quiera pero a sus fans no nos puede engañar).

"Blood on the tracks" es una especie de enciclopedia del desamor en la que se pueden encontrar prácticamente todos los tipos de rupturas y de sentimientos derivados de ellas: desde la separación más o menos acordada (split up on a dark sad night both agreeing it was best), a los complicados triángulos amorosos que acaban explotando ("Lily, Rosemary and the Jack of Hearts"). Desde el buenazo que asume los hechos (you're gonna have to leave me now, I know) y dice comprender a la otra persona (whatever makes her happy I won't stand in the way) hasta el más despechado y rabioso ("Idiot wind"), pasando por el que asume parte de culpa (I took too much for granted, got my signals crossed), el que intenta buscar justificaciones (we always did feel the same, we just saw it from a different point of view) o el que se ha quedado colgado (I still believe she was my twin) y ya simplemente se lamenta (everything about you is bringing me misery) por lo que ha perdido (what a shame if all we've shared can't last). Todos los posibles protagonistas de una ruptura están en "Blood on the tracks".

En mi caso hubo una ruptura, hace años, que me dejó más admiración que rabia, así que escuchaba una y otra vez "If you see her, say hello" en una copia cutre del álbum bajada de internet, cantando melancólicamente aquello de I've always have respected her for doing what she did and getting free. Pero this time around is more correct, right on target, so direct: ahora ya tengo la edición española original en vinilo con esos impagables títulos traducidos y, aunque eche de menos the way she loved me strong and slow, no dejo de repetir con tono irónico you're a big girl now y otras muchas frases de la canción con ese título.

Enredado en el azul

Pero "Blood on the tracks" no se consideraría uno de los mejores discos de Bob Dylan sólo por sus letras; musicalmente es casi inmejorable y además la historia de su creación es tan interesante que ha dado lugar a libros enteros. Nació, como ya he dicho, fruto del dolor y fue concebido con la sencillez que el dolor se merece: doce canciones en la misma tonalidad y sin adornos. Estas canciones fueron grabadas en cuatro días de septiembre de 1974 en Nueva York, dando lugar a unas de las sesiones más adoradas por los fans de Dylan. Hasta el golpeteo de los botones de la camisa en la madera de la guitarra en "Tangled up in blue" ha recibido alabanzas. Unos meses después y tras pedir consejo a sus más cercanos Dylan volvió a grabar estos temas reduciendo el número a diez, cambiando las tonalidades e introduciendo algunos arreglos más depurados. El panorama está dividido: unos creen que estos cambios fueron para mejor, otros para peor, pero todos estamos de acuerdo en que el disco, tal y como salió a la venta, nos encanta.

Por eso no dejan de sorprenderme, querido Bob, tus declaraciones afirmando que no entiendes cómo podemos disfrutar de un disco que expresa tanto dolor. ¿Cómo puedes no entenderlo? ¿No fuiste tú mismo el que, cuando ella te dejó aquel libro de un poeta italiano del siglo XIII, dijiste que every one of them words rang true and glowed like burning coal pouring off of every page like it was written in my soul from me to you? ¿No te das cuenta de que escuchar mi historia hace un par de meses era exactamente igual que escuchar la primera estrofa de tu "Simple twist of fate"? ¡Tú eres nuestro poeta italiano del siglo XIII!, amigo Bob, y tu "Blood on the tracks" es el único sitio en el encontramos ése carbón ardiente los que alguna vez hemos struggled through barbed wire.

30 agosto 2009

Joni Mitchell - "Clouds"

Reprise (1969)
Los viajes se pueden realizar por muchas razones. Se viaja hacia sitios, (la playa, la montaña...), se viaja hacia sensaciones, (el frío, el calor...), se viaja hacia personas, (la pareja, la familia...), incluso se viaja hacia sentimientos, (el amor, el desamor, la melancolía, la diversión, la soledad...); pero un viaje no es pleno si no va acompañado de música. Al menos eso pienso yo. Todos mis viajes han tenido siempre banda sonora.

Hoy en día es sencillo, con los reproductores de mp3, llevar encima la música en cualquier viaje, pero no es necesario tener uno, en realidad vale con cantar, tararear, bailar o simplemente imaginar la música mientras uno se enfrenta a esos nuevos paisajes de los que está compuesto cualquier viaje. En el viaje que acabo de hacer a Londres, la música que me ha acompañado, día tras día, ha sido la del segundo disco de Joni Mitchell: "Clouds".

Si hay algo que se me venga a la cabeza cuando pienso en Londres son sus cielos, que me recuerdan a los de Madrid, los cielos que me han visto (y me han hecho) crecer, pero se diferencian de éstos en que suelen estar mucho más llenos de nubes. Quizá por eso no tuviera mucho problema al elegir la banda sonora de este viaje. Tampoco dudé a la hora de escoger el libro que me llevaría en la maleta: "Las Nubes", de Luis Cernuda (escrito, en su mayoría, en Inglaterra). En principio no había nada que uniera, salvo el título, a estas dos obras maestras separadas entre sí cuarenta años, pero poco a poco, sentado en los parques de Londres, "a solas, a solas bajo las nubes", fui dándome cuenta de todo lo que tenían en común.

En Londres no se sabe nunca el tiempo que va a hacer, puede amanecer de lo más soleado y acabar lloviendo a cántaros, o viceversa. Uno de mis grandes defectos es lo mucho que me influye la meteorología: un día radiante de sol me pone contento, la lluvia me entristece. De la suma de estos dos hechos se obtiene que durante la semana que estuve en Londres ni yo mismo supiera muy bien cómo me sentía. A esta confusión sentimental contribuyeron mucho mi disco y libro de cabecera durante el viaje. Joni Mitchell es la reina de la incertidumbre; no se sabe si sus acordes son mayores o menores; nada es obvio en su música. Su dulce voz es experta en dar saltos inesperados, y su guitarra, con esas originales afinaciones, es la única que la acompaña en este disco. Escuchad Tin Angel, por ejemplo: escasas notas oscuras, frágiles e inestables te van guiando a lo largo de los versos por recuerdos de un viejo amor, ya caducado hace tiempo, hasta que al final de la última frase de cada estribillo, "found someone to love today", un arpegio firme y luminoso te enseña la salida del túnel. Luis Cernuda, por su parte, es el gran maestro del equilibrio inestable, entre dentro y fuera, entre cielo y tierra, entre amor y soledad; en definitiva, entre realidad y deseo. Y "Las Nubes", escrito durante la Guerra Civil es un magnífico ejemplo de ello. "El hombre es una nube de la que el sueño es viento"; ¡qué gran verdad cuando se está mirando al cielo londinense, escuchando I think I understand, y deseando que la realidad se pare y sólo el viento sople deseos imposibles en tu oído!


"Siempre incierta, (...) a lo lejos, (...) vibra tu esbelta música, y en un fuego suspira". Cernuda se lo escribió a un elfo, un elfo que podría haber sido perfectamente Joni Mitchell. Aunque inciertas al oído, sus canciones son siempre esbeltas y elegantes, gracias a las letras; ellas son las que convierten a Joni Mitchell en mucho más que una cantautora, la convierten en Joni, una amiga, una droga de la que no te puedes desprender y a la que siempre recurres, porque en ella escuchas y lees tu propio alma. Porque sólo ella sabe cantar unos retratos tan fieles de las relaciones (That song about the midway), de los problemas sociales (The fiddle and the drum), o de los interiores de las personas (I don't know where I stand), llenos siempre de pensamientos entrecruzados y luchando siempre contra los envites del mundo exterior.

Y sobre todas las canciones de este breve disco, ("breve como todo lo hermoso"), destaca la última, Both sides now. Sin duda, una de mis canciones favoritas y la que mejor me ha hecho ver que la vida no está esperando a la vuelta de la esquina, que la vida está en la misma calle que tú, pero para vivirla tendrás que girar muchas esquinas y dar vueltas en muchas rotondas. Durante esta semana, ha sido precisamente Both sides now la que me ha enseñado que no hay un único Londres y que nada tienen que ver el Londres de los museos, paseando por las avenidas atestadas de gente, con el Londres de la música, comprando discos y bebiendo cerveza con amigos, con el Londres de las nubes, yendo de la mano de la persona cuyos ojos nunca te cansarías de mirar, con el Londres de los parques, mirando al cielo desde el césped, escuchando a Joni Mitchell y leyendo a Luis Cernuda.



Paisaje de mi querida Saskatoon, ciudad natal de Joni Mitchell, y en la que pasé unos meses inolvidables.

17 abril 2009

Russian Red

El Sol - 15 de abril de 2009

Bien fresca os traigo la crónica del concierto de anoche, amigos. (Vale, no es como si hubiera acabado el concierto hace una hora, pero para los estándares de este blog…) Fresca como una lata de Heineken recién sacada de la nevera con sus gotitas y todo. Esta penosa comparación es sólo una burda manera empezar a contar que asistí al evento gracias a que gané una invitación doble en la web de la popular cerveza verde, en la que preguntaban a qué cantante ochentera versiona Russian Red en su disco. Naturalmente respondí raudo con el nombre de esa simpática muchacha que hacía el baile “ése que era como no hay nadie al volante, ¿no?” (Nota social relacionada: entre el público se encontraba el chanante Julián López, cuya faceta musical ya comentamos en la crónica del concierto de Deluxe).
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A estas alturas de la vida poco os voy a contar de la artista que no sepáis ya, porque como dice el amigo Porerror “su leyenda le precede”. En cualquier caso, no temáis, no mencionaré de dónde viene su nombre artístico, ya que tengo entendido que si lo cuenta una persona más, Internet explotará. Lo que sí diré es que su entrada en escena me pareció espectacular, ya que por una vez abandonaba su habitual look modosito con coleta para lucir un vistoso peinado, además de escote y taconazos. Las miradas de arrobo en las primeras filas se contaban por decenas, y la verdad es que estaba bonita como un claro de Tierra, que decimos en la Luna.
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Entre los músicos que la secundaban enseguida noté la baja de Manuel Cabezalí, el líder de Havalina que siempre toca la guitarra con ella. Según se nos informó se ha lesionado una mano, pero afortunadamente no se le echó mucho en falta porque allí estaba el gran Charlie Bautista, de quien se leían elogios por aquí recientemente en los comentarios del concierto de Speak Low. La verdad es que el tío es un grande, lo mismo cogía el piano que el xilófono o las guitarras y todo tan ricamente. Para mí el momento cumbre fue su recital de armónica y ukelele al mismo tiempo. Además había un musculoso bajista con patillas que tenía una pose cojonuda y un baterista, cuyos nombres desgraciadamente desconozco. La banda sonó increíblemente bien y gracias a ellos, un concierto bueno se convirtió en excelente. Llegaron incluso a tener algunos minutos muy eléctricos que sorprendieron a la concurrencia, acostumbrada al rollo lánguido del disco.

La foto la he robado del flickr de guillerm8, espero que no se enfade.


Dicho lo cual, no es menos cierto que Lourdes se basta y se sobra ella sola si hace falta. Como es lógico sonaron las canciones más populares de su único disco (y las menos populares también, es lo que tiene llevar un solo disco publicado), entre las que me gustaron especialmente “Nice thick feathers”, “Just like a wall” y la alegre interpretación de “They don’t believe”. Entre medias, algunas nuevas como “The Letters” y otras que tenían buena pinta, además de una versión muy chula de “Mr. Lonely”, de Bobby Vinton. (Tampoco os voy a engañar, el nombre del autor lo he buscado en Google).
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Pero como iba diciendo, a Lourdes se la vio muy segura en el escenario, especialmente bien cuando, sin la protección de la guitarra, cogía el metalófono, la pandereta o simplemente cantaba. En las canciones más animadas se la veía disfrutar y daba muy buen rollo, poniendo caras, moviéndose e incluso lanzando guiños ocasionales al público (me consta que alguno estaba más pendiente de conseguir cruzar miradas que de las canciones). Seguro que a medida que pase el tiempo seguirá mejorando en presencia escénica, y yo que lo celebro. Ahora, lo de hablar a la gente se nota que no le gusta nada.
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Antes de los bises sonó su gran hit, “Cigarettes”, despertando el entusiasmo de la sala. A pesar de que debe de estar harta de cantarla, la cuestión es que tiene como un efecto mágico en las personas, a excepción de algunos tipos del fondo que no callaban. (A mí eso me indigna, ¿para qué entras a un concierto si no vas a escuchar? ¡Vete a otro bar, joder! Muerte lenta y dolorosa para esa gente). Ya como despedida definitiva, sonó una nueva llamada “Fantasía” que la tocaron en plan country festivo y que fue una gozada. En general me pareció un concierto precioso, muy limpio y muy redondo que superó mis expectativas y me dejó con ganas de más. La impresión que me queda es que Russian Red todavía tiene mucho recorrido, ojalá nos dé más noches como la de ayer.
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Epílogo: Las obligadas cervezas post-concierto en el Costello nos las tomamos con los artistas pululando por allí, como suele ser habitual. Lourdes no estaba muy accesible, rodeada de amigas en los sofás, pero el que paseaba más era Charlie Bautista, así que me dirigí a él y le felicité por su talento y por el excelente recital que acababa de ofrecer. ¿Problema? No era Charlie Bautista, sino Jero, el cantante de los Sunday Drivers, como él mismo se vio obligado a aclarar, con el resultado de gran bochorno para mi persona. El hombre suavizó el incómodo momento comentando que no era la primera vez que les confundían. Toma ya el experto musical que tiene un blog y todo.

Menos risas, que vosotros también os hubiérais confundido.