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10 agosto 2009

Isaac Hayes - "Shaft"

Stax (1971)
En nuestro encuentro lunar de las Navidades pasadas salió a colación mi modesta colección de vinilos Blaxploitation, y ahí fue donde os enterasteis de que a esa colección le faltaba el primer fascículo, el capítulo piloto, el cromo por el que cambiarías todo tu taco: la banda sonora de Shaft, del grandísimo Isaac Hayes. La razón por la que no me había hecho todavía con este discazo era meramente económica: afortunadamente la reedición en vinilo está disponible en un puñado de sitios pero ¡a qué precios! Fijáos cómo sería, que Khurcius, que siempre te sorprende con las mejores oportunidades, me pedía veintitantos euros.

Y aquí hacemos un paréntesis. Sí, sé que veintitantos euros no es, en realidad, un precio muy alto para un disco, tal y como andan las cosas hoy en día, y menos aún para un doble vinilo, pero todo aficionado a la música, y a cualquier otra cosa, debe ponerse un límite. Al menos, yo debo ponérmelo. No me colguéis la etiqueta de tacaño todavía, tened en cuenta que uno no tiene una gran fuente de ingresos y que, aunque la música sea mi vicio número uno, no es mi primera necesidad. Si no me pusiera un límite, saldría ahora mismo a comprarme todos los vinilos de los Beatles, (a veintimuchos euros el vinilo, ya les vale), todos los discos que acaban de salir y de los que he oído hablar bien, (si esperas un poco siempre bajan de precio), y todas las cajas chiripitifláuticas con hasta-el-último-pedo de Hendrix, Dylan o The Band. Por no hablar de los vinilos de rap, (que con eso de que son siempre dobles te los cobran a un riñón). Así que yo me he puesto mi límite, (el propio Khurcius lo llama "barrera psicológica"), en un poco menos de veinte euros. Es decir, mucho me tiene que gustar, o mucho tengo que necesitar un disco de ésos de 18,95€ para que me lo lleve a casa puesto sin pensármelo dos veces. No quiero entrar en el cuál es el valor real de un disco, mi postura no es una crítica contra el precio de la música, y no pretendo decir nada sobre la eterna crisis de las discográficas, ni sobre lo que se debe llevar cada intermediario de la cadena; es sólo eso, una cuestión psicológica. Pero al final me he conseguido hacer con una discoteca pasable habiendo comprado poquísimos discos que sobrepasaran "mi límite". Es cierto que no soy un coleccionista, no soy ningún DJ Shadow, ningún "digger" que persiga las ediciones originales como loco, no tengo "incunables" ni rarezas, pero tengo mucha música y disfruto de ella, que es de lo que se trata.

Así las cosas, no fue pequeña mi sorpresa cuando Khurcius me anunció que la reedición en vinilo de Shaft había pasado por debajo de mi "barrera psicológica": ¡por fin me podía hacer con ella! Qué ilusión me hizo ir a recogerla, leer los créditos detenidamente en el metro y, al llegar a casa, poner por fin la primera piedra de mi humilde catedral Blaxploitation, que se me estaba desmoronando.

La primera vez que escuché mi nuevo vinilo fue planchando. Planchar puede ser la actividad doméstica más aburrida, o no, porque presenta la cualidad de combinarse muy bien con la música. Limpiando el polvo, pasando la aspiradora o fregando los platos es más difícil escuchar música, pero con la plancha sabes que vas a estar quieto, ahí de pie, durante un buen rato, así que más te vale hacerte con una buena compañía.

¡Qué sensación cuando empezó a sonar el charles que abre el "Theme from Shaft"! Nadie puede negar a estas alturas que esta canción merece estar entre las grandes de la historia de la música popular. Da igual que no hayas visto la película, escuchando el comienzo de la canción no puedes evitar visualizar las frías calles de Harlem al amanecer preparándose para las adversidades de un nuevo día lleno de traficantes, putas y mafiosos. Pensándolo bien, debería ordenarse por decreto que todas las personas se despertaran con el "Theme from Shaft"; el mundo sería más feliz.

Shaft resultó ser una buena banda sonora para planchar, relajada, suave, con muchas canciones lentas, pero repleta de ese alma, de ese groove único que hace que no puedas evitar mover la cabeza mientras lo escuchas. Los problemas vienen al final, con "Do your thing", esa enorme maravilla de veinte minutos. Ahí es cuando casi se me quema la ropa, porque "Do your thing" engaña, empieza como una (muy buena) canción de funk corriente pero a los cinco minutos, sin saber cómo, el batería ha doblado el ritmo y tú estás dando saltos por tu habitación. Las guitarras se vuelven locas y el batería vuelve a doblar el ritmo unos minutos después, por lo que el vecino de arriba ya está aporreando tu puerta para pedirte que dejes de dar golpes con la cabeza en el techo y tú te limitas a seguir saltando y gritando "do your thing!!!, do your thing!!!", hasta que hueles a quemado y corres a levantar la plancha de la blusa favorita de tu madre. ¿Quién dijo que planchar era aburrido?



No sé si habréis caído en la cuenta, pero exactamente hoy, 10 de agosto de 2009, se cumple un año de la muerte del gran Isaac Hayes. Descanse en paz.

18 septiembre 2008

El Chojin y James Brown

Live at the Galileo (1962-2008)
(Ya sé que esperáis ansiosos la segunda parte de la Guerra de Festivales pero quiero traeros ahora otro evento algo más reciente para demostrar que, aunque mis chicos y yo hemos estado un poco desaparecidos durante el verano, hemos cogido fuerza en nuestras vacaciones interplanetarias para continuar con esta aventura musical que lleva ya un año terrestre en marcha.)

James Brown ya ha aparecido en más de una ocasión en este blog, y El Chojin también ha tenido sus líneas de gloria. Sin embargo, me voy a permitir recuperarlos una vez más, y, para más sorpresa, juntos y revueltos.

El pasado sábado 13 mis chicos Riggy y Susu saldaron una cuenta pendiente con El Chojin, viéndolo en directo, en la sala Galileo Galilei de Madrid. No estaban solos, los acompañábamos yo y Nate, otro de mis corresponsales estadounidenses, del que iréis teniendo noticias próximamente. Esta ocasión, además de ser un encuentro musical muy esperado por todos, resultó ser emotiva también por la entrega que Riggy le hizo a Susu de su regalo de cumpleaños, que no fue otro que el vinilo del soberbio "Live at the Apollo" (1962) de James Brown. Y llegados a este punto, creo que ya deberíais tener clara la extraña conexión que leísteis en el título.

Riggy pasó unos días en Berlín este verano y, estando en una buena tienda de discos pensó que era la ocasión ideal para comprarle algo a Susu. No muy seguro de que su elección musical fuera certera, decidió llamarme para contrastar ideas. Resultó que yo estaba veraneando no muy lejos de allí, así que pudimos hablar y le recomendé que fuera a lo seguro. Así que para un tipo como Susu, que guarda con celo una grabación en VHS de un directo del "padrino del soul" y "rey del funk" que vio cuando ni siquiera tenía muy claro lo que eran el soul o el funk, una reedición en vinilo del que además pasa por ser uno de los mejores conciertos de la historia parecía una muy buena elección.

Así que Susu disfrutó por partida doble de la hora y media larga que duró el concierto de El Chojin, hora y media tras la que todos nos quedamos con ganas de más, y no porque el MC de Torrejón no lo hubiera dado todo sobre el escenario, sino porque la sucesión de canciones fue tan fluida y la relación con el público tan cercana que el concierto se pasó volando, sin que ninguno de los espectadores diéramos ninguna muestra de cansancio.

La compenetración y la interacción con el público son unas de las cualidades que marcan la diferencia entre los buenos músicos en directo y los grandes músicos en directo. Y si hubiera que destacar sólo una cosa de James Brown probablemente sería la de ser uno de los más grandes músicos en directo, porque realmente era un "showman" antes que un músico cuando se subía a un escenario, (lo que no disminuye su calidad como músico, como queda patente en todas sus grabaciones de estudio). Sus sorprendentes bailes y movimientos frenéticos mantenían al público con la mirada fija en él, y sus continuos gritos, inesperados alaridos y enfáticas peticiones de colaboración eran los que le permitían alargar las canciones a su gusto sin llegar a aburrir al público, que respondía de buena gana a todas estas exageradas pero fantásticas e inigualables actuaciones del showman. Por ejemplo, de los escasos cuarenta minutos del "Live at the Apollo", diez son de una sola balada, Lost someone, a lo largo de la cual James consiguió que el público gritara entusiasmado tras cualquier frase que repitiera o improvisara, mientras que inmediatamente después resumió en seis minutos ocho canciones. Uno de los momentos clave en la historia de los popurrís, sin duda.
The Galileo Theatre presents, in person!, El Chojin - Striptease (Show nocturno).

De forma similar se las apañó El Chojin el sábado pasado para tenernos a todos contentos haciendo un repaso a su último álbum, "Striptease" (2007) sin olvidar las canciones con más repercusión de sus anteriores discos. En un momento dado anunció una de éstas con el consiguiente entusiasmo del público y la inevitable decepción cuando se vio interrumpida a los pocos segundos para ser sustituida, sin embargo, por otro gran tema que fue sustituido por otro clásico y así unas cuantas veces, consiguiendo arrancar al público una enorme ovación y, lo que es mejor, una gran sonrisa. Eso sí, un espacio aparte tuvo Lola, canción que todo el mundo en este país, (y parte del extranjero), debe conocer y admirar, que fue interpretada íntegramente, pese a que el artista reconoció que hacía tiempo que no la hacía en los escenarios madrileños por encontrarla algo quemada.

La capacidad de juntar en un tiempo limitado todas las canciones que quieres tocar y todas las canciones que tus fans quieren escuchar sólo se puede conseguir mediante trabajo, mediante ensayo y compenetración con los músicos, (o el DJ en el caso del rap). Y precisamente trabajo es de los sustantivos más asociados a la figura de James Brown, que no en vano era conocido como "the hardest working man in show business". En sus directos la banda entra perfectamente, (¡ay del que no lo hiciera!), en cada compás de cada canción y en cada cambio de ritmo, no dejando a veces ni un segundo sin música, con enlaces entre un tema y otro, por no hablar de la perfecta compenetración entre las, en ocasiones difíciles de entender, improvisaciones vocales de Brown y las respuestas de los músicos.

Así que el sábado vimos a El Chojin en su mejor estado de forma, susurrándonos al oído sus esperanzas y temores con el corazón en un puño, dejándose la voz para gritar a los cuatro vientos sus ideas sobre el mundo actual, despachando sentido del humor y crítica social a partes iguales, dando una clase magistral sobre cómo combinar estilo y mensaje en el rap y demostrando que es todo un "showman" y que tiene la medida del escenario bien cogida. Un Chojin que, en definitiva, es el de siempre y que probablemente siempre siga siendo igual de bueno, un Chojin que le habría encantado a James Brown.

20 abril 2008

Eric Lau - "New Territories"

Ubiquity (2008)
Recuerdo perfectamente el día en que Riggy y yo comentábamos la responsabilidad que suponía la propuesta que nos acababa de hacer el Perro Lunar de escribir un blog de música con su nombre. Caminábamos por Madrid una mañana ociosa. Concretamente estábamos en la calle San Bernardo, buscando la escurridiza calle del Pez. Entre lo mucho sobre lo que conversamos, nos planteábamos qué tipo de discos comentaríamos, porque "es obvio -decía alguno de los dos- que no es lo mismo un disco que llevas escuchando toda la vida que uno que sólo has escuchado una vez"... Me vais a permitir que hoy os traiga uno del segundo grupo.

Es sábado por la tarde y tengo tantas cosas que hacer que decido no hacer ninguna de ellas y dedicarme a la música. Leo la revista Serie B y marco con un círculo todos los discos a los que me gustaría echar un oidazo. Entre ellos está "New Territories" de Eric Lau, que me llama la atención por ser el último lanzamiento del sello Ubiquity y porque en la crítica, pese a no gustarles mucho, dicen: "una colección de delicados tratados de soul, que bien podrían haber sido producidos por D'Angelo o Jay Dee a finales de los 90". Una buena carta de presentación para mí. Me meto en internet y busco éste y algún otro. Una vez encontrados van directamente a la carpeta "Por Escuchar".

Ya son como las ocho, me preparo para ir a casa de mi novia; tengo unos quince minutos de paseo y parece que ya no llueve, así que busco algún disco que meter en mi mp3 de 128 megas. Recurro a la carpeta "Por Escuchar" y me decanto por el último disco de Nostalgia 77, pero no puede ser, ocupa 145 megas. Llego tarde y no tengo mucho tiempo para decisiones; casi al azar, el elegido es "New Territories". Ya ni me acordaba de lo que había leído hacía unas horas.

Salgo por la puerta y ante los ojos me encuentro con el cielo madrileño. Me sorprende. Un leve viento frío está barriendo los últimos restos de tormenta, las nubes que han quedado rezagadas y que van dejando, a su paso, un rastro azul de cálidos e intensos rayos de sol. Apenas tienen un par de horas y las nubes han dejado muchos charcos que secar.

Salgo por la puerta y en mis oídos me encuentro con "Nuevos Territorios". Me sorprende. Flautas y teclados danzan ligeros sobre exactos ritmos nu-soul algo electrónicos. Huelen a humedad, a fresco. Canta una chica, (juraría que Eric es un nombre de tío), y a través de su voz puedo ver a las nubes con la sonrisa del trabajo bien hecho. Las primeras canciones fluyen perfectamente y los ritmos no varían; guitarras y teclados, junto con algún sinte y deliciosas voces femeninas se entrelazan con los afanados rayos de sol que me hacen cerrar ligeramente los ojos.

La música amansa a las tormentas

Ya por la noche, vuelvo andando a mi casa con pasos rápidos y una sonrisa. Sigue soplando el viento y no puedo evitar ponerme los guantes. La segunda mitad de "New Territories" es similar a la primera, pero se me antoja más optimista. Los charcos no están secos del todo, los rayos de sol descansan, pero andan haciendo planes para la mañana siguiente; saben que, aunque el presente parezca precipitado, el amanecer vendrá lleno de futuro, trayendo consigo un nuevo día de posibilidades. Las voces del disco se mantienen dulces, delicadas y sonrientes, susurrándome al oído mensajes como Free it out, Begin, Time will tell, Hope...

Al acabar mi trayecto descubro que este álbum debut de Eric Lau acaba como empezó, en la puerta de mi casa y con los mismos teclados, flautas y ritmos. Un disco circular al que por ahora sólo he dado una vuelta. Un disco que descubrí en una revista, me bajé de internet, elegí, casi al azar, de una lista de novedades y que algún día encontraré, rebuscando entre las estanterías de una tienda de discos de alguna ciudad inglesa o norteamericana, y no dudaré en llevármelo, junto con el recuerdo de una tarde de abril, después de una tormenta.

Podría haber sido el jazz de Nostalgia 77, o el rock de Taste, o el folk de Richie Havens, pero fueron las bases medio hip-hop medio soul de un londinense con rasgos orientales narradas por unas suaves voces negras llenas de alma. No suelo responder cuando me preguntan "¿destino o coincidencia?", pero hay días en los que, sin esperarlo, todo parece encajar.

10 enero 2008

Edwin Moses - "The Gospel African Years"

Siesta (2006)
Me gusta la gente que se monta películas, y Edwin Moses son un buen ejemplo. El título completo de su último disco es "The Gospel African Years of Jamal Nafsum feat. Jasmine Nafsum". Supongo que no os extrañará que al ver el disco en la tienda pensara que se trataba de uno de esos negros, cantantes de soul de los setenta, olvidados en algún cajón y recuperados ahora mediante una recopilación de un sello español. Tenía buena pinta, así que le pregunté al dependiente y, para mi sorpresa, me dijo que no, que eran un grupo y que eran españoles. ¡Toma ya! Pero, eso sí, hacían soul, y bueno. Yo me fié de su gusto y me lo compré; siempre le estaré agradecido.

Edwin Moses es una banda capitaneada por Pedro Vigil, que es ya un habitual de la escena musical española, y más o menos afincada en Gijón. Yo, al llegar a casa, me puse el disco y leí en los créditos quiénes eran. Sencillamente, no me lo podía creer; llevaban poco más de un minuto sonando, pero esa melodía con esa percusión y los acordes del piano no podían venir de un grupo de Gijón. Al leer un poco más me metí, sin darme cuenta, en la historia de un músico negro norteamericano, llamado Edwin Moses, que había colaborado con grandes del soul durante los setenta y había editado, sin mucha repercusión, sus propios discos. En el 81 adoptó la fe musulmana, se rebautizó como Jamal Nafsum, partió hacia África, buscando sus raíces y envolviéndose en un viaje repleto de música, aventuras y desventuras. Todas se detallaban en el estuche desplegable del disco, y se incluía un mapa con el trayecto del viaje.

Las canciones que estaba escuchando eran versiones realizadas por la banda gijonesa de las grabaciones que Nafsum había dejado desperdigadas por toda África. Esto, musicalmente tenía más sentido, pero... ¡vaya película! La vinculación física del estadounidense converso con los músicos españoles era que éste había tenido una aventura con una española, que más tarde sería la madre de uno de los músicos, en Granada, donde paró de vuelta de su periplo. Pero la película no acaba ahí, la llevan contando en sus dos anteriores discos y podéis seguir todo su desarrollo en el blog del grupo y en la página web de su discográfica.

Puede que penséis que toda esta historia enmascara un grupo mediocre que no sabía qué hacer para vender su música; nada más lejos de la realidad, Edwin Moses se traen muy buen material entre manos. Cuando se les pregunta por influencias no se andan con chiquitas: Curtis Mayfield, Isaac Hayes, Marvin Gaye... los pesos pesados, vaya. Y aunque la voz que suena en el disco no sea exactamente la de un negro de los setenta que acaba de pasar dos años en África, la música que la acompaña da el pego y está a la altura de las influencias que se le adjudican. Hacía tiempo que no oía tanta precisión en un disco, cada instrumento está en su sitio: guitarras sincopadas para dar un toque funky, pianos melancólicos capaces de arrancar lágrimas si se escuchan en una tarde lluviosa, flautas que te alegran el día, órganos para entrar en trance cuando canta el coro de gospel, rhodes delicados que dan todo el soul que llevan dentro, guitarras acústicas y hasta banjos para una pincelada de folk norteamericano, percusiones africanas que no podían faltar..., ¡y qué arreglos para orquesta!, si los hubiera escrito el mismísimo Hayes para una película sobre el viaje africano de Jamal Nafsum no habrían sido mejores, creedme. Al acabar muchas canciones del disco no me cuesta imaginarme a Juan de Pablos soltando su entrañable mmmmmhhhh..... en "Flor de Pasión".

Todo este contenido se merece un continente que lo respalde, y lo tiene: un estuche blanco de cartón desplegable con toda la historia, el mapa, fotos en blanco y negro de la banda, el disco imitando a un vinilo, las letras de la portada en relieve... Si os gusta la música negra, la buena música en general, y no sabéis en qué gastaros 10€ ésta es una muy buena inversión: merece la pena.

No sé muy bien cómo lo consiguen, pero Edwin Moses suenan actuales, a pop fresco y suave, pero tocan un soul bien viejo, casi de manual, que no defraudará a los más puristas y hará las delicias de los eclécticos.

Nota: 9

* * * * * * * * * * * * * * *

Acabo de hablar con el Perro Lunar y me ha echado una buena bronca. Primero, dice, por no haber conocido a Edwin Moses hasta su tercer álbum y por haberme perdido sus directos, y después por haber insinuado que la historia del cantante de soul perdido fuera mentira. "Imagina lo mal que me sentaría a mí que la gente pensara que es mentira vuestra historia de que sois amigos de un perro amante de la música que vive en la Luna". Tiene razón: ¡¡yo creo en Edwin Moses!!

01 octubre 2007

Amy Winehouse - "Back to Black"

Universal (2006)
Cuando escuché los primeros instantes de su anterior trabajo y debut (Frank, 2003) estaba convencido de que se trataba de la esperadísima siguiente aparición de Erykah Badu, sólo que escondida tras un seudónimo. Al ir pasando los segundos me di cuenta de que tan sólo era otra joven del Bronx jugando a ser como Erykah Badu o Lauryn Hill, hasta que el resto de las pistas del disco y unas cuantas páginas web me hicieron ver la realidad: Amy Winehouse es blanca, inglesa, de familia judía y borracha, perdón, alcohólica.

Yo tengo la mala costumbre de llegar tarde a casi todo, no empecé a escuchar a los Beatles hasta treinta años después de su primer éxito y tampoco supe de la existencia de Amy Winehouse hasta que hace poco el Perro Lunar me dio un toque de atención mediante una de sus ángeles en la Tierra. Y ya era tarde, ya tenía un segundo álbum editado: Back to Black.

Como casi todas las canciones del disco, la homónima trata de amor, de que su novio la ha dejado y ha vuelto con su ex, mientras ella tiene que volver a la negrura de la soledad o a la oscuridad de una depresión. Sin embargo, antes de que abriera el libreto del disco para leer las letras, (y ver lo increíblemente fea que puede llegar a estar una mujer si se maquilla en exceso y se pone un piercing imitando al lunar de la Marylin), estaba seguro de que Back to Black haría referencia a una mirada atrás en busca del sonido negro que llenaba los discos de las también negras leyendas, (podríamos ir haciendo la lista, de Billie Holiday a Ella Fitzgerald, a Etta James, a Aretha Franklin...), que deben de ser gran parte de la influencia de Amy Winehouse. Y puede que no estuviera muy equivocado.

Tras un par de escuchas no son uno, ni dos los detalles que me confirman esa mirada atrás; el disco está plagado de arreglos para coristas, baterías, guitarras, trombones... que recuerdan al soul más añejo. Eso sí, sin perder nunca de vista el siglo XXI, el mercado y la hegemonía de los ritmos "ahip-hopados". Y para eso no podría haber encontrado dos productores mejores: Salaam Remi, que casi todo lo que toca lo convierte en oro, y Mark Ronson, uno de los culpables del boom de Lily Allen, que ha acabado de demostrar que es un maestro en eso de poner grandes temas en boca de otros con su reciente Version. Además, la señora Winehouse no se puede quejar de los músicos, entre los que destaca Victor Axelrod, teclista de Antibalas.

Por si fuera poco, Amy Winehouse ha conseguido algo con este disco que dice mucho de ella, para lo bueno y para lo malo, que es haber hecho bailar a medio primer mundo con una canción en la que confesaba a los cuatro vientos que tenía problemas con la bebida, que la quisieron llevar a desintoxicación y que ella se negó en rotundo: el single Rehab, la única canción del disco que no trata de amor, aunque su querido novio está por ahí rondando en la letra, como siempre. Si además os digo que hay por ahí una versión algo morbosa con Jay-Z, que tampoco le hace ascos al champagne, (a no ser que el dueño sea racista, claro), para qué queréis más. En la edición norteamericana del álbum hay otro guiño al hip-hop con un remix de You know I'm no good en el que aparece Ghostface Killah.

¿Comercial?, sí, pero hecho con criterio y buen gusto. La voz de Amy Winehouse (sobria) es una delicia, sobre todo con las producciones e instrumentaciones del disco, que resaltan mucho ese timbre negro y un poco "pasado de moda" que tanto nos gusta a algunos. La única pega es que en sólo diez canciones, a medida que avanza el lector láser de la minicadena, el disco pierde mucha fuerza, y es bastante probable que vuelvas a las primeras canciones antes de que se acabe, aun así el viaje habrá merecido la pena.

Nota: 7'5