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05 diciembre 2010

El camino de vinilos amarillos

El que diga que comprar música está pasado de moda y que el futuro es digital y todas esas chorradas no está en lo cierto. No, no y no. Comprar discos sigue siendo una de las actividades más gratificantes para un buen aficionado a la buena música. Y yo, modestia aparte, soy uno de ésos.

Cuando llegué a Estados Unidos no tenía esperanzas de poder comprar mucha música aquí. Seamos sinceros, Knoxville no es San Francisco o Nueva York, no tiene macrotiendas-paraíso-para-freaks como Amoeba Records; ni siquiera es Nashville o Memphis, así que mi sorpresa fue doble al ver la oferta de tiendas de música que me ofrecía esta ciudad. Ahora veo la pila de vinilos que voy a tener que llevarme de alguna manera de vuelta a España y me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Quizás el título del post sea algo exagerado y los vinilos no me den como para llegar al Reino de Oz andando sobre ellos, pero desde luego, ocupan de sobra el suelo de mi cocina, que es la mitad de mi apartamento aquí.

Knoxville, TN ha resultado ser un paraíso para los que gustan de comprar vinilos de segunda mano. Todos sabemos lo que hay en una tienda de vinilos de segunda mano: las colecciones de discos de los que en los '90 habían visto ya alrededor de cincuenta primaveras y se habían hartado de que sus vinilos acumularan polvo y ocuparan sitio y se dijeron: ¿quién necesita estos viejos discos ahora que las cintas y los CD son lo más. Además, dicen que lo siguiente será el MiniDisc, ¡qué pasada!, eso sí que va a ser la revolución. Qué equivocados estaban y qué bien nos viene ahora a nosotros la determinación que tomaron de vender sus vinilos. Pero en España estamos mal acostumbrados, porque los discos que tenían los que rondaban los cincuenta en los '90, por lo general no eran gran cosa, así que uno se encuentra mucha paja en las tiendas de vinilos de segunda mano de España. Pero, amigos, los que rondaban los cincuenta en los '90 aquí en Estados Unidos eran diferentes: muchos habían estado en Woodstock o en Big Sur, muchos fueron a las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, muchos estarían allí cuando parecía que el mundo se desmoronaba porque Dylan tocaba una guitarra eléctrica y, seamos justos, otros muchos quizás también quemaran sus discos de los Beatles cuando Lennon dijo aquello de Jesucristo...
El resultado de todo esto es que ya entrados en la segunda década del siglo XXI un servidor se ha pasado más de una tarde despacible de otoño llenándose los dedos de polvo rebuscando en cajas de cartón llenas de una miscelánea musical sin orden ni concierto en las que iba descubriendo, una detrás de otra, joyitas que llevarse a casa, todas en perfecto estado, sin un rayajo ¡y ninguna a más de 10$! En una tienda de instrumentos (en la que ya le tengo echado el ojo a un banjo) tenían demasiados vinilos y querían quitárselos de encima cuanto antes así que me vendían dos por 7$. Una tienda de libros de segunda mano tenía millones de vinilos a 2$, 3$ y 5$ (y muchos no valían la pena, seamos sinceros). Y en otra tienda la selección era mucho mejor pero los precios mayores (entre 8$ y 12$).

Estando como estamos en Tennessee y teniendo yo los gustos que tengo, me he hecho con montones de clásicos de folk y country como el Folsom Prison de Johnny Cash, el Tapestry de Carole King, el primer disco de Peter, Paul & Mary, el Roses in the Snow de Emmylou Harris o una recopilación con lo mejor de los dos primeros discos de Dolly Parton en la que sale ella en la portada con su peinado platino antigravitacional y sus... en fin, ya sabéis.
También he encontrado los primeros discos en solitario de David Crosby y de Graham Nash, tanto juntos como separados, el Desire de Dylan, que mi padre ponía una y otra vez cuando yo era pequeño, y tres discazos de mi querida Joni Mitchell y tres discazos de mi queridísima Joan Baez, entre los que está el Any day now, ilustrado por ella misma con viñetas para cada una de las canciones. Pero la joya de la corona, la niña de mis ojos, la flor más bella del jardín no es de Joan sino de su hermana. Sí, señores. ¿Os acordáis de que yo me quejaba de que el disco de Mimi Fariña con Tom Jans no estaba reeditado? Bueno, pues sigue sin estarlo pero... chincha rabincha, yo tengo una copia origina-al y tú no-ooo.

Y no todo son clásicos, también me he hecho con rarezas, como el disco de Richie Havens tocando el sitar o una recopilación de directos de Janis Joplin y con discos más modernos como el de Ben Harper con los Blind Boys of Alabama. Y tampoco son todo countrerías y folqueces, sabéis que en este blog le damos a todos los palos, y entre mis nuevas adquisiciones me precio de contar un Dark side of the moon original y de los mismos Pink Floyd un Umma Gumma. O los ritmos tropicales de Johnny Nash, miembro indispensable de mis canciones mañaneras con I can see clearly now. Y, entre otros, la fantasía doble de Lennon y Yoko, el gospel funkoso de Graham Central Station y la mítica portada de los Wild Cherry, la de Play that funky music.

Sé que este post es un tanto atípico, pero viendo todo este panorama os podréis imaginar lo feliz que estoy con mis nuevas adquisiciones y quería compartirlas con alguien pero no sabía muy bien cómo, así que pensé que ponerlas aquí sería una buena opción. Porque comprar música sigue molando y compartir la música que te compras con amigos mola mucho más.

P.D.: Y no he querido hablar de los vinilos reeditados, que están todos mucho más baratos que en España. Aquí tenéis una muestra de lo que no he podido dejar de comprarme.
P.D.2: Si alguien quiere el vinilo original del Concert for Bangladesh, o a algún bossero le gustaría tener The River o Born to Run que me lo diga rápidamente.

27 noviembre 2010

Sylvie Vartan - La más guapa para ir a bailar

Hace un mes le prometí al Perro Lunar que hablaría por aquí de la música que escuchaba durante mi año parisino, y yo siempre cumplo una promesa, especialmente cuando se la hago al Gran Can, sabio y honorable. Como la entrada de Ismael Serrano quedó muy intensa, esta vez voy con algo más ligerito, pero sin renunciar al punto biográfico, que es lo que demanda furiosamente nuestra masa de lectores curiosos. No digáis que no, que seguro que cada día, cuando os sentáis a comer, estáis pensando con qué canción se estará despertando Susu al otro lado del océano en ese mismo momento.

Bueno, a lo que vamos. Tan pronto como me instalé en la ciudad de las luces me dediqué a investigar en la escena musical local para comprobar, con cierta frustración, que el pop y el rock no pegan muy fuerte entre los parisinos a día de hoy. No me servía de mucho la constante referencia de Phoenix, porque cantan en inglés y, en fin, lo suyo era escuchar cosas en francés a ver si aprendía algo. Tampoco ayudaban las caras que me ponía la gente cuando citaba a los buenísimos Noir Désir, dado que su líder mató a su mujer con sus propias manos, por lo que no está en su momento de mayor popularidad.

A ver, si buscabas claro que había conciertillos a primera hora de la noche, pero garitos donde pincharan canciones, cero. Eso sí, electrónica o hip hop, a puñados. Enseguida me quedó muy claro que en París, tocar la guitarra era mucho menos molón que ser DJ o MC. Que no es que yo le haga ascos a nada, pero mi espectro musical es bastante más cerrado que el de Susu y esos ritmos sólo me entran en pequeñas dosis, yo necesito melodías bonitas y estribillos pegadizos. Por otro lado, hay que admitir que París y el rock no pegan. Porque tú dices en inglés “ruockanroul” y mola, pero en francés, decir “hggocangol” no va a ninguna parte.

Con este panorama, y decidido a llenar mi iPod de letras francófonas, hubo de volver la vista atrás en el tiempo...y qué filón, amigos. Primero me sumergí en los grandes nombres más clásicos: Edith Piaf, Charles Aznavour, Jacques Brel... de ahí pasé a ese genio inabarcable que es Serge Gainsbourg, (que de haber sido inglés o americano estaría mucho más arriba en la lista de los grandes artistas de la música popular) y poco después encontré el verdadero paraíso en las chicas de la edad de oro del pop francés. En fructíferas sesiones de YouTube pasaba embobado de los vídeos de France Gall a los de Françoise Hardy, hasta que en un momento feliz di con esta maravilla. No sé bien por qué he necesitado cuatro párrafos más bien largos para llegar a la protagonista del post, pero aquí la tenemos. Dadle al play y luego ya seguimos.



Precioso, ¿no? Qué canción, qué voz, qué interpretación, qué gestos, qué miradas, qué vestido, qué peinado, qué todo. No sé la de veces que pudo sonar en mi habitación la voz de la bella Sylvie suspirando por que esa noche le despeinaran su arreglada melena y le arrugaran el vestido que tan cuidadosamente había cosido. Por supuesto, no tardé en pasarme por la imprescindible Crocodisc en la rue des Écoles para hacerme con algún disco suyo. No tenemos esta tienda en nuestros enlaces del blog porque no venden a distancia, pero si vais por allí no dejéis de echar un ojo y comprar algo, aunque sólo sea para llevaros una bolsa con sus carismáticos cocodrilos trajeados.

He de decir que mi afición a la música de Sylvie era contemplada con cierta estupefacción por mis compañeros de piso franceses (ellos eran más de Michael Jackson, Coldplay y Lady Gaga), y cada vez que pasaban por delante de mi cuarto mientras sonaba mi cd de “'Irrésistiblement” ponían la misma cara que pondría yo si llegara aquí un chaval francés que escuchara a Karina con devoción. Pero además de oír sus canciones, la verdad es que cuanto más investigaba en la vida de Sylvie, mejor me caía. Siendo una niña tuvo que emigrar con su familia a París desde su Bulgaria natal, y a los 17 años ya se la conocía como “la colegienne du twist”, lo que sin duda indica que era fabulosa, porque una chica con ese apodo tiene que ser fabulosa. Lo cierto es que Sylvie lo petaba muchísimo en sus tiempos, soltando hits como rosquillas y siendo todo un referente de la juventud, además de muy popular por su matrimonio con el pionero del rock francés Johnny Hallyday.



Una jovencísima Sylvie dándolo todo con una afrancesada versión de 'What I'd say'


Pero no sólo triunfaba en la République, eh? Su carrera está jalonada de éxitos internacionales, y giras por literalmente todo el mundo, de Italia a Japón, además de grabar en Nashville, actuar en el Ed Sullivan Show o compartir cartel con los Beatles. Una cosa que me encanta es que en Japón sigue siendo una estrella, y curioseando un poco por YouTube es fácil encontrar videoclips subtitulados al japonés, grupos japoneses haciendo versiones o anuncios nipones con una canción suya de fondo.

En fin amigos, decid sí a Sylvie Vartan y hacedle un hueco en vuestras vidas. Y si tenéis ocasión, sabed que actuará en Barcelona dentro de tres meses, a ver si os pensábais que a día de hoy se dedica a hacer calceta. ¡Eso está bien para otras, pero no para la colegienne du twist!


Anda que no sabían nada estos

No me resisto a poner otro vídeo a modo de despedida. Como quizá sepáis, en su último trabajo, Beyoncé Knowles tenía un canción llamada “If I were a boy”, de la que incluso grabó una versión en castellano: “Si yo fuera un chicó”. Si la habéis escuchado sabéis que no hay error en la tilde. En ese tema, la célebre diva habla de todas las cosas que haría si fuera un hombre, mostrando cómo de diferente sería su relación de pareja y, en general denunciando la desigualdad y lo desconsiderados que son los tíos hacia sus fieles noviecitas. Citando la versión españolizada: “los chicos son de molde, y nosotras somos de corazón”. Pues bien, todo esto lo cuento porque resulta que ya lo había hecho nuestra amiga Sylvie cuarenta y cinco años antes en su fantástico tema “Je voudrais être un garçon”. Pero menos ñoña y sacando carácter, deseando poder hacer llorar y torturar a su pareja. En fin, con ella os dejo, lamentando que ya no se hagan videoclips como éste. Maravilla.


29 noviembre 2009

Los Zafiros - "Mírame fijo"

EGREM (1967)
Hace ya más de un año que mi ex-suegra me prestó todos sus vinilos: ella ya no tenía tocadiscos y yo me había comprado el mío hacía no mucho. Entre ellos, lo que más destacaba era una importante colección de más de veinte singles originales de principios de los '50 conseguidos por su padre en sus viajes a Estados Unidos. Esta colección contaba con auténticas joyas de gentes como Dinah Shore, Perry Como, April Stevens, Patti Page (incluyendo la canción más bonita de la historia, que el sonido neblinoso de los vinilos viejos hacía más bonita todavía), o The Chordettes. Mucho disfruté aquellos días digitalizando con cuidado cada una de las canciones y sintiéndome como en una película en blanco y negro, rodeado del humo de los cigarros.

Aparte de este pequeño tesoro, la colección de vinilos no tenía nada excesivamente interesante: un recopilatorio de Dylan, un disco del joven Astor Piazzolla, algo de música clásica y muchos elepés ochenteros de música caribeña y sudamericana. Sin embargo, un álbum destacaba, para mi gusto, entre todos los demás: el disco "Mírame Fijo" de Los Zafiros. La portada me llamó la atención desde el principio, pero los títulos de las canciones eran un tanto desalentadores. ¡Qué razón tenía el que dijo que las apariencias engañan! Fue poner la aguja en la primera pista, Puchunguita, ven, y comenzar a flipar: el ritmo se agarró a mis hombros y las armonías me conquistaron desde el comienzo. "¿Qué es esto, los Platters del Caribe?" Efectivamente.


Internet, el escueto texto de la contraportada y algunas de las canciones del disco (buenísimo el video de Y sabes bien) hicieron que me enterara de qué estaba escuchando: Los Zafiros, uno de los grupos más míticos de la música cubana, que supieron mezclar de forma exquisita el doo-wop estadounidense y los ritmos caribeños a principios de los '60. Hasta les dedicaron un documental en 2004. En fin, ignorante que es uno.

Es verdad que las letras son un tanto ñoñas y la gente (moderna) a la que se los he enseñado me han dicho que les recuerdan demasiado a El Dúo Dinámico, pero a mí me da igual, se han convertido en unos de mis imprescindibles; unos de esos grupos que te obligan a sonreír cada vez que los escuchas. Unos meses después de descubrirlos vi con sorpresa que su mayor éxito, Bossa Cubana, aparecía en una escena de esa enorme obra de arte que es "A dos metros bajo tierra". Una prueba más de la calidad de esta serie de televisión.

Mis rastreos internáuticos me llevaron a descubrir algunas canciones más de Los Zafiros que no aparecían en el elepé de mi ex-suegra (no muchas, porque su discografía no fue muy extensa). Entre éstas está La caminadora, que es el tema que más me gusta de ellos. Escuchadlo atentamente con los ojos cerrados y decidme si no veis perfectamente a la "linda mulatita" con "la bata remangá" caminando con su "tipo espiritual" al ritmo de la música mientras riega flores; decidme si no os morís de ganas de uniros a todos los hombres que "le van detrás". ¡Ay, esas chancleticas!

15 noviembre 2009

Bob Dylan - "Blood on the tracks"

Columbia (1975)
Algunos conocidos me han dicho en los últimos meses eso de "claro, como te ha dejado la novia ahora vuelves a quedar con nostros". Razón no les falta. De un modo similar, no dejo de imaginarme al abuelete sabio y cascarrabias que es ya Bob Dylan diciendo, con un leve movimiento de cabeza: "ay, Susu, bribón, que sólo te acuerdas de mi "Blood on the tracks" cuando te han dado calabazas".

Bien sabes, querido Bob, que eso no es del todo cierto, que todas las canciones del que considero tu mejor álbum viven en mi guitarra y aprovechan la mínima ocasión para aparecer sin ser llamadas, pero sí es verdad que nunca escucho tanto ni con tanta intensidad tu obra maestra como cuando it pierces me to the heart. Y es que "Blood on the tracks" es EL disco para escuchar cuando te han dejado. Bob Dylan ya tenía muchas canciones sobre el amor y el desamor en 1975, pero escritas en su mayoría desde el punto de vista del rompecorazones despreocupado y libre que siempre fue. Aquí nos encontramos casi por primera vez a un Dylan realmente herido: Sara se había ido y él no pudo hacer otra cosa más que afinar su guitarra en open E y, utilizando los mismos seis o siete acordes, poner toda su sangre en diez canciones con frases como you'll never know the hurt I suffered nor the pain I rise above. (Dylan negará que sea autobiográfico todo lo que quiera pero a sus fans no nos puede engañar).

"Blood on the tracks" es una especie de enciclopedia del desamor en la que se pueden encontrar prácticamente todos los tipos de rupturas y de sentimientos derivados de ellas: desde la separación más o menos acordada (split up on a dark sad night both agreeing it was best), a los complicados triángulos amorosos que acaban explotando ("Lily, Rosemary and the Jack of Hearts"). Desde el buenazo que asume los hechos (you're gonna have to leave me now, I know) y dice comprender a la otra persona (whatever makes her happy I won't stand in the way) hasta el más despechado y rabioso ("Idiot wind"), pasando por el que asume parte de culpa (I took too much for granted, got my signals crossed), el que intenta buscar justificaciones (we always did feel the same, we just saw it from a different point of view) o el que se ha quedado colgado (I still believe she was my twin) y ya simplemente se lamenta (everything about you is bringing me misery) por lo que ha perdido (what a shame if all we've shared can't last). Todos los posibles protagonistas de una ruptura están en "Blood on the tracks".

En mi caso hubo una ruptura, hace años, que me dejó más admiración que rabia, así que escuchaba una y otra vez "If you see her, say hello" en una copia cutre del álbum bajada de internet, cantando melancólicamente aquello de I've always have respected her for doing what she did and getting free. Pero this time around is more correct, right on target, so direct: ahora ya tengo la edición española original en vinilo con esos impagables títulos traducidos y, aunque eche de menos the way she loved me strong and slow, no dejo de repetir con tono irónico you're a big girl now y otras muchas frases de la canción con ese título.

Enredado en el azul

Pero "Blood on the tracks" no se consideraría uno de los mejores discos de Bob Dylan sólo por sus letras; musicalmente es casi inmejorable y además la historia de su creación es tan interesante que ha dado lugar a libros enteros. Nació, como ya he dicho, fruto del dolor y fue concebido con la sencillez que el dolor se merece: doce canciones en la misma tonalidad y sin adornos. Estas canciones fueron grabadas en cuatro días de septiembre de 1974 en Nueva York, dando lugar a unas de las sesiones más adoradas por los fans de Dylan. Hasta el golpeteo de los botones de la camisa en la madera de la guitarra en "Tangled up in blue" ha recibido alabanzas. Unos meses después y tras pedir consejo a sus más cercanos Dylan volvió a grabar estos temas reduciendo el número a diez, cambiando las tonalidades e introduciendo algunos arreglos más depurados. El panorama está dividido: unos creen que estos cambios fueron para mejor, otros para peor, pero todos estamos de acuerdo en que el disco, tal y como salió a la venta, nos encanta.

Por eso no dejan de sorprenderme, querido Bob, tus declaraciones afirmando que no entiendes cómo podemos disfrutar de un disco que expresa tanto dolor. ¿Cómo puedes no entenderlo? ¿No fuiste tú mismo el que, cuando ella te dejó aquel libro de un poeta italiano del siglo XIII, dijiste que every one of them words rang true and glowed like burning coal pouring off of every page like it was written in my soul from me to you? ¿No te das cuenta de que escuchar mi historia hace un par de meses era exactamente igual que escuchar la primera estrofa de tu "Simple twist of fate"? ¡Tú eres nuestro poeta italiano del siglo XIII!, amigo Bob, y tu "Blood on the tracks" es el único sitio en el encontramos ése carbón ardiente los que alguna vez hemos struggled through barbed wire.

30 agosto 2009

Joni Mitchell - "Clouds"

Reprise (1969)
Los viajes se pueden realizar por muchas razones. Se viaja hacia sitios, (la playa, la montaña...), se viaja hacia sensaciones, (el frío, el calor...), se viaja hacia personas, (la pareja, la familia...), incluso se viaja hacia sentimientos, (el amor, el desamor, la melancolía, la diversión, la soledad...); pero un viaje no es pleno si no va acompañado de música. Al menos eso pienso yo. Todos mis viajes han tenido siempre banda sonora.

Hoy en día es sencillo, con los reproductores de mp3, llevar encima la música en cualquier viaje, pero no es necesario tener uno, en realidad vale con cantar, tararear, bailar o simplemente imaginar la música mientras uno se enfrenta a esos nuevos paisajes de los que está compuesto cualquier viaje. En el viaje que acabo de hacer a Londres, la música que me ha acompañado, día tras día, ha sido la del segundo disco de Joni Mitchell: "Clouds".

Si hay algo que se me venga a la cabeza cuando pienso en Londres son sus cielos, que me recuerdan a los de Madrid, los cielos que me han visto (y me han hecho) crecer, pero se diferencian de éstos en que suelen estar mucho más llenos de nubes. Quizá por eso no tuviera mucho problema al elegir la banda sonora de este viaje. Tampoco dudé a la hora de escoger el libro que me llevaría en la maleta: "Las Nubes", de Luis Cernuda (escrito, en su mayoría, en Inglaterra). En principio no había nada que uniera, salvo el título, a estas dos obras maestras separadas entre sí cuarenta años, pero poco a poco, sentado en los parques de Londres, "a solas, a solas bajo las nubes", fui dándome cuenta de todo lo que tenían en común.

En Londres no se sabe nunca el tiempo que va a hacer, puede amanecer de lo más soleado y acabar lloviendo a cántaros, o viceversa. Uno de mis grandes defectos es lo mucho que me influye la meteorología: un día radiante de sol me pone contento, la lluvia me entristece. De la suma de estos dos hechos se obtiene que durante la semana que estuve en Londres ni yo mismo supiera muy bien cómo me sentía. A esta confusión sentimental contribuyeron mucho mi disco y libro de cabecera durante el viaje. Joni Mitchell es la reina de la incertidumbre; no se sabe si sus acordes son mayores o menores; nada es obvio en su música. Su dulce voz es experta en dar saltos inesperados, y su guitarra, con esas originales afinaciones, es la única que la acompaña en este disco. Escuchad Tin Angel, por ejemplo: escasas notas oscuras, frágiles e inestables te van guiando a lo largo de los versos por recuerdos de un viejo amor, ya caducado hace tiempo, hasta que al final de la última frase de cada estribillo, "found someone to love today", un arpegio firme y luminoso te enseña la salida del túnel. Luis Cernuda, por su parte, es el gran maestro del equilibrio inestable, entre dentro y fuera, entre cielo y tierra, entre amor y soledad; en definitiva, entre realidad y deseo. Y "Las Nubes", escrito durante la Guerra Civil es un magnífico ejemplo de ello. "El hombre es una nube de la que el sueño es viento"; ¡qué gran verdad cuando se está mirando al cielo londinense, escuchando I think I understand, y deseando que la realidad se pare y sólo el viento sople deseos imposibles en tu oído!


"Siempre incierta, (...) a lo lejos, (...) vibra tu esbelta música, y en un fuego suspira". Cernuda se lo escribió a un elfo, un elfo que podría haber sido perfectamente Joni Mitchell. Aunque inciertas al oído, sus canciones son siempre esbeltas y elegantes, gracias a las letras; ellas son las que convierten a Joni Mitchell en mucho más que una cantautora, la convierten en Joni, una amiga, una droga de la que no te puedes desprender y a la que siempre recurres, porque en ella escuchas y lees tu propio alma. Porque sólo ella sabe cantar unos retratos tan fieles de las relaciones (That song about the midway), de los problemas sociales (The fiddle and the drum), o de los interiores de las personas (I don't know where I stand), llenos siempre de pensamientos entrecruzados y luchando siempre contra los envites del mundo exterior.

Y sobre todas las canciones de este breve disco, ("breve como todo lo hermoso"), destaca la última, Both sides now. Sin duda, una de mis canciones favoritas y la que mejor me ha hecho ver que la vida no está esperando a la vuelta de la esquina, que la vida está en la misma calle que tú, pero para vivirla tendrás que girar muchas esquinas y dar vueltas en muchas rotondas. Durante esta semana, ha sido precisamente Both sides now la que me ha enseñado que no hay un único Londres y que nada tienen que ver el Londres de los museos, paseando por las avenidas atestadas de gente, con el Londres de la música, comprando discos y bebiendo cerveza con amigos, con el Londres de las nubes, yendo de la mano de la persona cuyos ojos nunca te cansarías de mirar, con el Londres de los parques, mirando al cielo desde el césped, escuchando a Joni Mitchell y leyendo a Luis Cernuda.



Paisaje de mi querida Saskatoon, ciudad natal de Joni Mitchell, y en la que pasé unos meses inolvidables.

10 agosto 2009

Isaac Hayes - "Shaft"

Stax (1971)
En nuestro encuentro lunar de las Navidades pasadas salió a colación mi modesta colección de vinilos Blaxploitation, y ahí fue donde os enterasteis de que a esa colección le faltaba el primer fascículo, el capítulo piloto, el cromo por el que cambiarías todo tu taco: la banda sonora de Shaft, del grandísimo Isaac Hayes. La razón por la que no me había hecho todavía con este discazo era meramente económica: afortunadamente la reedición en vinilo está disponible en un puñado de sitios pero ¡a qué precios! Fijáos cómo sería, que Khurcius, que siempre te sorprende con las mejores oportunidades, me pedía veintitantos euros.

Y aquí hacemos un paréntesis. Sí, sé que veintitantos euros no es, en realidad, un precio muy alto para un disco, tal y como andan las cosas hoy en día, y menos aún para un doble vinilo, pero todo aficionado a la música, y a cualquier otra cosa, debe ponerse un límite. Al menos, yo debo ponérmelo. No me colguéis la etiqueta de tacaño todavía, tened en cuenta que uno no tiene una gran fuente de ingresos y que, aunque la música sea mi vicio número uno, no es mi primera necesidad. Si no me pusiera un límite, saldría ahora mismo a comprarme todos los vinilos de los Beatles, (a veintimuchos euros el vinilo, ya les vale), todos los discos que acaban de salir y de los que he oído hablar bien, (si esperas un poco siempre bajan de precio), y todas las cajas chiripitifláuticas con hasta-el-último-pedo de Hendrix, Dylan o The Band. Por no hablar de los vinilos de rap, (que con eso de que son siempre dobles te los cobran a un riñón). Así que yo me he puesto mi límite, (el propio Khurcius lo llama "barrera psicológica"), en un poco menos de veinte euros. Es decir, mucho me tiene que gustar, o mucho tengo que necesitar un disco de ésos de 18,95€ para que me lo lleve a casa puesto sin pensármelo dos veces. No quiero entrar en el cuál es el valor real de un disco, mi postura no es una crítica contra el precio de la música, y no pretendo decir nada sobre la eterna crisis de las discográficas, ni sobre lo que se debe llevar cada intermediario de la cadena; es sólo eso, una cuestión psicológica. Pero al final me he conseguido hacer con una discoteca pasable habiendo comprado poquísimos discos que sobrepasaran "mi límite". Es cierto que no soy un coleccionista, no soy ningún DJ Shadow, ningún "digger" que persiga las ediciones originales como loco, no tengo "incunables" ni rarezas, pero tengo mucha música y disfruto de ella, que es de lo que se trata.

Así las cosas, no fue pequeña mi sorpresa cuando Khurcius me anunció que la reedición en vinilo de Shaft había pasado por debajo de mi "barrera psicológica": ¡por fin me podía hacer con ella! Qué ilusión me hizo ir a recogerla, leer los créditos detenidamente en el metro y, al llegar a casa, poner por fin la primera piedra de mi humilde catedral Blaxploitation, que se me estaba desmoronando.

La primera vez que escuché mi nuevo vinilo fue planchando. Planchar puede ser la actividad doméstica más aburrida, o no, porque presenta la cualidad de combinarse muy bien con la música. Limpiando el polvo, pasando la aspiradora o fregando los platos es más difícil escuchar música, pero con la plancha sabes que vas a estar quieto, ahí de pie, durante un buen rato, así que más te vale hacerte con una buena compañía.

¡Qué sensación cuando empezó a sonar el charles que abre el "Theme from Shaft"! Nadie puede negar a estas alturas que esta canción merece estar entre las grandes de la historia de la música popular. Da igual que no hayas visto la película, escuchando el comienzo de la canción no puedes evitar visualizar las frías calles de Harlem al amanecer preparándose para las adversidades de un nuevo día lleno de traficantes, putas y mafiosos. Pensándolo bien, debería ordenarse por decreto que todas las personas se despertaran con el "Theme from Shaft"; el mundo sería más feliz.

Shaft resultó ser una buena banda sonora para planchar, relajada, suave, con muchas canciones lentas, pero repleta de ese alma, de ese groove único que hace que no puedas evitar mover la cabeza mientras lo escuchas. Los problemas vienen al final, con "Do your thing", esa enorme maravilla de veinte minutos. Ahí es cuando casi se me quema la ropa, porque "Do your thing" engaña, empieza como una (muy buena) canción de funk corriente pero a los cinco minutos, sin saber cómo, el batería ha doblado el ritmo y tú estás dando saltos por tu habitación. Las guitarras se vuelven locas y el batería vuelve a doblar el ritmo unos minutos después, por lo que el vecino de arriba ya está aporreando tu puerta para pedirte que dejes de dar golpes con la cabeza en el techo y tú te limitas a seguir saltando y gritando "do your thing!!!, do your thing!!!", hasta que hueles a quemado y corres a levantar la plancha de la blusa favorita de tu madre. ¿Quién dijo que planchar era aburrido?



No sé si habréis caído en la cuenta, pero exactamente hoy, 10 de agosto de 2009, se cumple un año de la muerte del gran Isaac Hayes. Descanse en paz.

24 marzo 2009

Roy Ayers - "Coffy"

Polydor (1973)
Ayer por fin lo hice. Sí, señoras y señores. Ayer por la mañana se me pegaron un poco las sábanas y, en vez de salir disparado de casa mirando el reloj cual conejo blanco, pensé: "si voy a llegar tarde al trabajo voy a hacerlo bien". Así que me hice un zumo, me duché tranquilamente, me tomé un tiempo para pensar qué me iba a poner y, sobre todo, me tomé un buen tiempo para pensar qué música iba a escuchar en el trayecto. Escuchar música yendo a clase o al trabajo por la mañana es todo un arte, una decisión que puede marcar el resto de tu día. Y la de ayer vaya si lo marcó.

La elegida fue la banda sonora de la película blaxploitation "Coffy", de Roy Ayers, una de las mejores de su género y un disco de jazz-funk impepinable. Nada más salir de casa sonó en mi reproductor la primera canción del álbum, el tema principal de la película, Coffy is the color. Como por arte de magia (musical), las soleadas calles que hay desde mi casa al metro se habían convertido en Harlem y yo en el más auténtico de los pimps, caminando de forma chulesca al encuentro de mi limo.

Al salir de la limo, y a medida que me iba acercando al trabajo, todo dejó de ser tan apacible, porque advertí la presencia de la mismísima Pam Grier, que me perseguía pistola en mano. La verdad es que me lo merecía, porque había sido malo, muuyyy malo, llegando tarde al curro. Así que no tuve más remedio que ir escondiéndome por las esquinas y los portales mientras sonaba Aragon.
Nadie quiere cruzarse en el camino de Pam Grier.

Conseguí escaparme y durante el tiempo que estuve en mi despacho me sentí más a salvo. Pero la verdad es que la seguridad no duró mucho, ya que también me escaqueé de la habitual comida rápida con los compañeros de trabajo y me fui a disfrutar de una pausada sobremesa con mi novia en El Rey de Tallarines. De camino al restaurante fui midiendo muy bien mis pasos, cubriéndome las espaldas y asegurándome de que no me siguiera la temible vengadora Coffy, mientras sonaba Brawling broads.

Reconozco que después de la comida volví al despacho, aunque debería haberme ido a dormir la siesta, pero fue por poco tiempo y porque tenía que recoger unas cosas. Después me fui a casa orgulloso de ser malo, y le dije al chófer que pusiera bien alto el volumen cuando empezó a sonar King George, ("he's a pimp, he's a pusher, cause he's the king..."). Pero en seguida reapareció la incasable Pam Grier dispuesta a dejarme la limo como un colador, lo cual evitamos con una furiosa persecución por las calles de Harlemadrid, ambientada con el ritmo frenético de la canción Escape. Efectivamente, escapamos de nuevo de sus garras y llegué por fin sano y salvo a casa.

Un día como el de ayer se merece un final como el que tuvo, un buen final. A buen entendedor pocas palabras bastan, y tampoco quiero daros más detalles; sólo os diré que, como en esta escena de la película, la canción que sonaba era Making love.

10 febrero 2009

Van Morrison - "Into the Music"

Warner (1979)
Hoy la primavera ha dado su primer aviso en Madrid. Aunque sólo haya sido por un día, el invierno ha aparcado sus temporales, lluvias y caras largas y ha sacado a pasear las nubes juguetonas y las sonrisas, que surcaban un cielo azul brillante como la portada del álbum "Into the Music" de Van Morrison. Uno no se libraba de algunos vientos bravucones medio extraviados que acechaban tras las esquinas de los edificios en sombra, pero sabía que unos pasos más adelante se iba a encontrar con "la parte iluminada de la calle" y entonces el sol lo inundaría y le llenaría de optimismo la mirada para el resto del día. Algo parecido ocurre con el disco "Into the Music", que empieza con The bright side of the road y te va llevando por el camino "brillante y claro" de los Troubadours, un camino que con sólo cincuenta minutos de música puede llenarte los pasos de alegría por todo el día, la semana..., depende del oído con que lo escuches.

Yo no conocía a Van Morrison hasta hace no muchos meses cuando Riggy me prestó "Astral Weeks" que escuché y me gustó. Pero he de reconocer que, en su momento, dejé al bueno de Van aparcado en ese lóbulo de mi cerebro al que van los discos que me han gustado pero que no han acabado de llegarme, (sí, tengo un lóbulo sólo para eso). Hasta la semana pasada, en la que el gran emisario lunar Nate me regaló "Into the music". No podía haber sido un regalo más oportuno. Esta mañana, caminando por las calles de la Ciudad Universitaria, todas las conversaciones giraban alrededor de si las preguntas que estaban mal restaban puntos, si todavía no hemos entregado el trabajo o de cuántas has dejado sin responder. Sorprendentemente nadie parecía mirar al cielo ni darse cuenta del mensaje que nos mandaba el sol: "ve al jardín y simplemente mira las flores, podemos sentarnos y hablar durante horas y horas". Bueno, puede que fuera porque yo era el único que iba escuchando Stepping out queen y puede que el mensaje no lo mandara el sol, sino Van Morrison, pero a mí me lo parecía.

"Van the Man" se mete directamente en la música.

Como decía, no soy un gran experto en Van Morrison, (todo lo que conozco de él es una actuación breve pero impactante en "The Last Waltz"), así que voy a dejar de lado parrafadas pedantes sobre la sutil frontera entre el folk, el pop y el soul en su música, o sobre la abundante, y casi perfecta, instrumentación que utiliza, y me voy a quedar con lo importante: las canciones. Me quedo con que "Into the music" está lleno, como diría Riggy, de música para escuchar mientras el viento te da en la cara por la mañana, y más que viento, vendaval, todo un Full force gale de optimismo que te anima a buscar en cada paso el inesperado rayo de sol tras la esquina; que te hace olvidar tus pesadumbres porque The healing has begun y te anima a gritar You make me feel so free; libre para levantar la vista del suelo, escuchar los mensajes del sol y ser tú el que decide hacia dónde se dirige tu camino.

18 septiembre 2008

El Chojin y James Brown

Live at the Galileo (1962-2008)
(Ya sé que esperáis ansiosos la segunda parte de la Guerra de Festivales pero quiero traeros ahora otro evento algo más reciente para demostrar que, aunque mis chicos y yo hemos estado un poco desaparecidos durante el verano, hemos cogido fuerza en nuestras vacaciones interplanetarias para continuar con esta aventura musical que lleva ya un año terrestre en marcha.)

James Brown ya ha aparecido en más de una ocasión en este blog, y El Chojin también ha tenido sus líneas de gloria. Sin embargo, me voy a permitir recuperarlos una vez más, y, para más sorpresa, juntos y revueltos.

El pasado sábado 13 mis chicos Riggy y Susu saldaron una cuenta pendiente con El Chojin, viéndolo en directo, en la sala Galileo Galilei de Madrid. No estaban solos, los acompañábamos yo y Nate, otro de mis corresponsales estadounidenses, del que iréis teniendo noticias próximamente. Esta ocasión, además de ser un encuentro musical muy esperado por todos, resultó ser emotiva también por la entrega que Riggy le hizo a Susu de su regalo de cumpleaños, que no fue otro que el vinilo del soberbio "Live at the Apollo" (1962) de James Brown. Y llegados a este punto, creo que ya deberíais tener clara la extraña conexión que leísteis en el título.

Riggy pasó unos días en Berlín este verano y, estando en una buena tienda de discos pensó que era la ocasión ideal para comprarle algo a Susu. No muy seguro de que su elección musical fuera certera, decidió llamarme para contrastar ideas. Resultó que yo estaba veraneando no muy lejos de allí, así que pudimos hablar y le recomendé que fuera a lo seguro. Así que para un tipo como Susu, que guarda con celo una grabación en VHS de un directo del "padrino del soul" y "rey del funk" que vio cuando ni siquiera tenía muy claro lo que eran el soul o el funk, una reedición en vinilo del que además pasa por ser uno de los mejores conciertos de la historia parecía una muy buena elección.

Así que Susu disfrutó por partida doble de la hora y media larga que duró el concierto de El Chojin, hora y media tras la que todos nos quedamos con ganas de más, y no porque el MC de Torrejón no lo hubiera dado todo sobre el escenario, sino porque la sucesión de canciones fue tan fluida y la relación con el público tan cercana que el concierto se pasó volando, sin que ninguno de los espectadores diéramos ninguna muestra de cansancio.

La compenetración y la interacción con el público son unas de las cualidades que marcan la diferencia entre los buenos músicos en directo y los grandes músicos en directo. Y si hubiera que destacar sólo una cosa de James Brown probablemente sería la de ser uno de los más grandes músicos en directo, porque realmente era un "showman" antes que un músico cuando se subía a un escenario, (lo que no disminuye su calidad como músico, como queda patente en todas sus grabaciones de estudio). Sus sorprendentes bailes y movimientos frenéticos mantenían al público con la mirada fija en él, y sus continuos gritos, inesperados alaridos y enfáticas peticiones de colaboración eran los que le permitían alargar las canciones a su gusto sin llegar a aburrir al público, que respondía de buena gana a todas estas exageradas pero fantásticas e inigualables actuaciones del showman. Por ejemplo, de los escasos cuarenta minutos del "Live at the Apollo", diez son de una sola balada, Lost someone, a lo largo de la cual James consiguió que el público gritara entusiasmado tras cualquier frase que repitiera o improvisara, mientras que inmediatamente después resumió en seis minutos ocho canciones. Uno de los momentos clave en la historia de los popurrís, sin duda.
The Galileo Theatre presents, in person!, El Chojin - Striptease (Show nocturno).

De forma similar se las apañó El Chojin el sábado pasado para tenernos a todos contentos haciendo un repaso a su último álbum, "Striptease" (2007) sin olvidar las canciones con más repercusión de sus anteriores discos. En un momento dado anunció una de éstas con el consiguiente entusiasmo del público y la inevitable decepción cuando se vio interrumpida a los pocos segundos para ser sustituida, sin embargo, por otro gran tema que fue sustituido por otro clásico y así unas cuantas veces, consiguiendo arrancar al público una enorme ovación y, lo que es mejor, una gran sonrisa. Eso sí, un espacio aparte tuvo Lola, canción que todo el mundo en este país, (y parte del extranjero), debe conocer y admirar, que fue interpretada íntegramente, pese a que el artista reconoció que hacía tiempo que no la hacía en los escenarios madrileños por encontrarla algo quemada.

La capacidad de juntar en un tiempo limitado todas las canciones que quieres tocar y todas las canciones que tus fans quieren escuchar sólo se puede conseguir mediante trabajo, mediante ensayo y compenetración con los músicos, (o el DJ en el caso del rap). Y precisamente trabajo es de los sustantivos más asociados a la figura de James Brown, que no en vano era conocido como "the hardest working man in show business". En sus directos la banda entra perfectamente, (¡ay del que no lo hiciera!), en cada compás de cada canción y en cada cambio de ritmo, no dejando a veces ni un segundo sin música, con enlaces entre un tema y otro, por no hablar de la perfecta compenetración entre las, en ocasiones difíciles de entender, improvisaciones vocales de Brown y las respuestas de los músicos.

Así que el sábado vimos a El Chojin en su mejor estado de forma, susurrándonos al oído sus esperanzas y temores con el corazón en un puño, dejándose la voz para gritar a los cuatro vientos sus ideas sobre el mundo actual, despachando sentido del humor y crítica social a partes iguales, dando una clase magistral sobre cómo combinar estilo y mensaje en el rap y demostrando que es todo un "showman" y que tiene la medida del escenario bien cogida. Un Chojin que, en definitiva, es el de siempre y que probablemente siempre siga siendo igual de bueno, un Chojin que le habría encantado a James Brown.

11 diciembre 2007

Michael Jackson - "Thriller"

Epic - 1982
Ya venía anunciándose, y es que desde El Perro Lunar no podíamos dejar de hacernos eco de un hecho como éste: el 25º aniversario de la aparición de "Thriller". Fue la semana pasada y sí, yo fui el primer sorprendido: "¿ya han pasado 25 años?, ¿dos décadas y media?, ¿un cuarto de siglo?". Seguro que muchos de los que leéis esto asociáis este disco con vuestra infancia; sí, mirad un poco más arriba: 2007-1982=25. Parece mentira que seamos tan..... perdón, quería decir que parece mentira que un disco que todavía hoy en día suena fresco y hace bailar a tanta gente en pubs, bares y discotecas del mundo entero tenga ya 25 años.

Aunque sólo fuera porque muchos somos hijos de los ochenta, esta efeméride sería destacable, porque estamos ante uno de los discos básicos de la década que nos vio nacer y crecer, pero es que además, se trata del disco que más copias ha vendido en todo el mundo. A los españoles nos cuesta entender esto porque Michael Jackson no ganó Operación Triunfo, pero es un hecho: estamos ante uno de los mejores discos de la historia.

No puedo pensar en este álbum sin recordar las tardes que pasaba hace casi 20 años en casa de mis vecinos, que tenían hijos mayores que yo. Cada vez que mi madre tenía cosas que hacer por la tarde, (mi padre no llegaba hasta por la noche), me dejaba haciendo los deberes en el salón de los vecinos de enfrente y yo me distraía con los millones de cachivaches inservibles que tenían en la terraza, con la Nintendo y con los vinilos: Supertramp, Queen, Héroes del Silencio, Michael Jackson... Cuando llegaban los chicos nos poníamos a ver cintas VHS en las que tenían grabados videoclips de la tele, y ahí estaban Beat it, Smooth criminal, Billie Jean, y por encima de todos, Thriller. Aquellas cintas, en una época en la que no había YouTube, eran todo un tesoro.

Michael Jackson en la cama de Riggy... con un tigre...

No hace falta que me ponga a contar la influencia que el videoclip de Thriller ha tenido en el concepto de video musical, coreografías, etcétera, de los últimos 25 años, ni en los muchos goterones de sudor que todo el disco ha conseguido sacar de nosotros, porque quién no ha oído Billie Jean, se ha agenciado un sombrero, (aunque fuera de su abuelo), y se ha puesto a intentar imitar a Mr. Jackson alguna vez, (aunque fuera en la soledad de su habitación). Tampoco veo necesario enumerar las cualidades musicales que han hecho a Michael Jackson tan inconfundible. Porque si hay un músico peculiar, es él. Es imposible escuchar una canción suya y no saber que es suya. Pero lo que sí voy a hacer es honrar a los principales culpables de que MJ sea quien es. En primer lugar está el gran Quincy Jones, productor y principal compositor de sus tres primeros y mejores discos, sin el que la música de MJ no sería lo que hoy conocemos como "música de MJ"; un músico de curriculum intachable, que lleva más de cincuenta años detrás de la mejor música negra. Y, por otro lado, los mentores de Jackson en lo que a baile y espectáculo se refiere: James Brown, que era de los que no necesitaba grandes pantallas y cañones de humo para enloquecer a la gente en un concierto, y Jeffrey Daniel, maestro de MJ en la mayoría de sus pasos más conocidos, unos pasos que salieron de la calle, de cientos y cientos de jóvenes afroamericanos bailando en las aceras y los parques que, en cierto modo, cambiaron el mundo del espectáculo sin saberlo. También ellos se merecen el reconocimiento.

Y todo esto vino después de sólo nueve canciones, unos cuarenta minutos en los que se contaban historias de amor, de luchas callejeras, de miedo, de líos legales con groupies..., pero qué bien contadas. También había apariciones estelares como la del guitarrista Van Halen, la de alguno de los hermanos de Jackson, o la de Paul McCartney, peleándose con MJ por una chica.

Paul se llevaría probablemente a la chica, pero Michael vendió más discos

De vez en cuando tengo algunas pesadillas, sueños horrorosos con caras que cambian de color, niños colgando de balcones, trajes plagados de insignias militares, narices imposibles, montones de juicios... Probablemente vosotros también las hayáis tenido alguna vez; en ese caso, lo único que tenéis que hacer es poner este disco a sonar, mover vuestras piernas al ritmo, close your eyes and hope that this is just imagination. Nada nos podrá quitar a Michael Jackson, aquel Michael Jackson del 82. No volverá, pero con nueve canciones nos dejó suficiente para 25 años y otros tantos.