Nunca he sido un fan de The Cure. De hecho, hasta hace no demasiado tiempo mi desinterés por el grupo era total, ya que todo lo que lleve cerca el adjetivo "gótico" (en cualquier disciplina) me deja bastante indiferente. En mi ignorancia, tenía al grupo por el típico coñazo deprimente y monocorde para espíritus torturados. Sin embargo esta imagen varió en mi primer acercamiento casual a su obra, que fueron un par de canciones de lo más alegres, las efervescentes Mint car y The lovecats. Reconocido mi error y superados mis prejuicios me hice con un completo recopilatorio (donde encontré cosas que me gustaron y otras que no) e incluso adquirí en París de segunda mano una preciosa copia en vinilo del single Just like heaven. Sigo sin ser un fan de The Cure, pero determinadas circunstancias coyunturales como la buena compañía o la obtención de entradas a mitad de precio (prefiero no precisar más en este turbio asunto) hicieron que a última hora me decidiese a asistir al evento.
En primer lugar tengo que destacar mi sorpresa por la enorme expectación que había producido el concierto. Las entradas se agotaron varios meses antes y eso que estaban a 40 euros y estamos hablando de un recinto con capacidad para 18.000 personas. Sorprende aún más si tenemos en cuenta que su último disco salió hace cuatro años y que en su última visita a Madrid (en el 2000), el recinto escogido fue La Riviera. Da la impresión de que The Cure ha pasado de ser un grupo veterano en decadencia a alcanzar el status de grandes clásicos, algo a lo que probablemente ha contribuido el reconocimiento que les profesan bandas actuales. En fin, será por lo que sea, pero allí fue muchísima gente, entre ellos los irreductibles miembros de la numerosa comunidad Hispacure. También andaba por allí Christina Rosenvinge, que no se pierde una. Eso sí, no vi apenas siniestros ni gente disfrazada de Robert Smith, lo que me decepcionó bastante. A mí me pareció apropiado acudir de negro riguroso, aunque no llegué al paso del maquillaje.
El concierto empezó temprano y puntual, por lo que lo pillé cuando ya había arrancado, aunque no me preocupó demasiado. La razón de ambas circunstancias (hora temprana y despreocupación por mi parte) es que era del dominio público que el show duraría tres horas. Y aquí entramos en un apasionante debate. ¿Debemos aceptar como norma que es bueno que un concierto sea largo y es malo que sea corto? Yo creo que puede valer como regla general siempre que seamos conscientes de que puede haber muchas excepciones. De entrada me siento inclinado a agradecer el esfuerzo de un artista que permanece mucho tiempo en el escenario, pero no hay que perder de vista que, como en tantas otras cosas, la calidad debe prevalecer sobre la cantidad. No se me ocurre mejor ejemplo que Bruce Springsteen, supremo currante del directo, que en su juventud ofrecía mastodónticos espectáculos de más de 200 minutos y que ahora se ajusta a una duración estándar para que no se pierda ni un ápice de intensidad.
En primer lugar tengo que destacar mi sorpresa por la enorme expectación que había producido el concierto. Las entradas se agotaron varios meses antes y eso que estaban a 40 euros y estamos hablando de un recinto con capacidad para 18.000 personas. Sorprende aún más si tenemos en cuenta que su último disco salió hace cuatro años y que en su última visita a Madrid (en el 2000), el recinto escogido fue La Riviera. Da la impresión de que The Cure ha pasado de ser un grupo veterano en decadencia a alcanzar el status de grandes clásicos, algo a lo que probablemente ha contribuido el reconocimiento que les profesan bandas actuales. En fin, será por lo que sea, pero allí fue muchísima gente, entre ellos los irreductibles miembros de la numerosa comunidad Hispacure. También andaba por allí Christina Rosenvinge, que no se pierde una. Eso sí, no vi apenas siniestros ni gente disfrazada de Robert Smith, lo que me decepcionó bastante. A mí me pareció apropiado acudir de negro riguroso, aunque no llegué al paso del maquillaje.
El concierto empezó temprano y puntual, por lo que lo pillé cuando ya había arrancado, aunque no me preocupó demasiado. La razón de ambas circunstancias (hora temprana y despreocupación por mi parte) es que era del dominio público que el show duraría tres horas. Y aquí entramos en un apasionante debate. ¿Debemos aceptar como norma que es bueno que un concierto sea largo y es malo que sea corto? Yo creo que puede valer como regla general siempre que seamos conscientes de que puede haber muchas excepciones. De entrada me siento inclinado a agradecer el esfuerzo de un artista que permanece mucho tiempo en el escenario, pero no hay que perder de vista que, como en tantas otras cosas, la calidad debe prevalecer sobre la cantidad. No se me ocurre mejor ejemplo que Bruce Springsteen, supremo currante del directo, que en su juventud ofrecía mastodónticos espectáculos de más de 200 minutos y que ahora se ajusta a una duración estándar para que no se pierda ni un ápice de intensidad.
La juventud de Robert Smith quedó atrás hace tiempo, por lo que visualmente el escenario ofrecía poco interés, dado que nadie se movía demasiado, ni tampoco estaba muy trabajado el asunto de las proyecciones traseras. Probablemente por ello las pantallas gigantes del Palacio estaban apagadas, o quizá fuera por el susto que nos podríamos llevar con un primer plano del cuñado de Smith, el guitarrista Porl Thompson. Es bien feo, pero ¿y lo que mola llamarse Porl? El amigo Robert por su parte tampoco está en su mejor momento, y empieza a dar la sensación de que dentro de unos años podría sucumbir al síndrome Pertegaz (para los no iniciados en el mundo chanante, consultar nota al final). No estuvo el tipo demasiado comunicativo con el público, pero se le veía contento. Prefirió dedicar el tiempo a tocar cuantas más canciones mejor, por lo que al final sonaron treinta y cinco temas, que se dice pronto.
Naturalmente, con tanta canción, las hubo de todos los colores: antiguas, nuevas, alegres, oscuras, singles, poco conocidas…y en consecuencia, momentos grandes alternados con ratos de bajón. Hay que destacar que la banda compareció en escena sin teclista, dado que desde que echaron a Roger O’Donnell el año pasado no le han buscado sustituto. Esto disgusta a los fans más puristas, dado que los teclados son clave en el sonido de la banda, pero lo cierto es que prescindiendo de sus características atmósferas sonaron más rockeros y más directos, y a mí me pareció estupendo. Como es natural, los momentos más intensos se vivieron con los temás más conocidos por el gran público, como Lovesong, Pictures of you, Friday I’m in love, Just like heaven o Boys don’t cry. Ahí no tuvieron problemas para poner de pie a todo el pabellón. En cambio, en los momentos más introspectivos, mucha gente de la mitad para atrás optaba por ponerse a hablar con sus amigos. También es cierto que hubiera sido distinto en un ambiente más recogido porque algunos temas lentos (como por ejemplo A forest) se dispersan en un recinto tan grande.
Donde no hubo medianías fue en el cierre. Killing an arab y Why can’t I be you? sonaron potentes y afiladas, haciéndonos botar aunque tuviésemos los músculos algo agarrotados después de tres horas de pie. Así concluyó un concierto pensado para deleite de los fans y que al resto nos dejó con la sensación de haber visto una buena película a la que le sobraba metraje.
*Síndrome Pertegaz: Fenómeno consistente en que ciertas personas antes eran hombres y al llegar a la tercera edad se convierten en mujeres viejas. Algunos de sus exponentes más famosos en el mundo de la música son Paul McCartney, Antonio Vega, Rod Stewart, Steven Tyler o Ric Ocasek (líder de The Cars). Por supuesto el nombre viene del célebre modisto Manuel Pertegaz.
Naturalmente, con tanta canción, las hubo de todos los colores: antiguas, nuevas, alegres, oscuras, singles, poco conocidas…y en consecuencia, momentos grandes alternados con ratos de bajón. Hay que destacar que la banda compareció en escena sin teclista, dado que desde que echaron a Roger O’Donnell el año pasado no le han buscado sustituto. Esto disgusta a los fans más puristas, dado que los teclados son clave en el sonido de la banda, pero lo cierto es que prescindiendo de sus características atmósferas sonaron más rockeros y más directos, y a mí me pareció estupendo. Como es natural, los momentos más intensos se vivieron con los temás más conocidos por el gran público, como Lovesong, Pictures of you, Friday I’m in love, Just like heaven o Boys don’t cry. Ahí no tuvieron problemas para poner de pie a todo el pabellón. En cambio, en los momentos más introspectivos, mucha gente de la mitad para atrás optaba por ponerse a hablar con sus amigos. También es cierto que hubiera sido distinto en un ambiente más recogido porque algunos temas lentos (como por ejemplo A forest) se dispersan en un recinto tan grande.
Donde no hubo medianías fue en el cierre. Killing an arab y Why can’t I be you? sonaron potentes y afiladas, haciéndonos botar aunque tuviésemos los músculos algo agarrotados después de tres horas de pie. Así concluyó un concierto pensado para deleite de los fans y que al resto nos dejó con la sensación de haber visto una buena película a la que le sobraba metraje.
*Síndrome Pertegaz: Fenómeno consistente en que ciertas personas antes eran hombres y al llegar a la tercera edad se convierten en mujeres viejas. Algunos de sus exponentes más famosos en el mundo de la música son Paul McCartney, Antonio Vega, Rod Stewart, Steven Tyler o Ric Ocasek (líder de The Cars). Por supuesto el nombre viene del célebre modisto Manuel Pertegaz.
5 comentarios:
Si es que The Cure tiene a muchos engañados, que piensan como tú, que son oscuros y monótonos pero lo cierto es que tienen mucha más variedad que eso. Yo sí me metí en el papel de gótica en cuanto a atuendo y la verdad es que disfruté mucho del concierto, en gran parte gracias a la buena compañía (ilegal o no).
beso!
Estoy bastante de acuerdo con todo, exceeeepto con lo del teclista, se notaba bastante en algunas canciones y te quedabas con la sensación de que la canción estaba un poco coja.
Por mi parte me jodió que fuesen tan puntuales porque me perdí el principio con the end of the world, pero bueno.
Muxos besos
Lili
Vengo a puntualizar y a tocar las pelotas que es lo mio:
1. Si a lo de relajarse en minutos hablas de hacer los conciertos de 2 horas y media en vez de 3 estamos de acuerdo...pero es que la mayoria de los artistas en activo primero de todo no hacen conciertos de 2horas y media (son mas dados a 1 hora y media) y segundo, incluso reduciendo el metraje no son ni la mitad de intensos (se que no soy objetivo con Bruce en la mayoria de los aspectos pero este comentario es el summum de la objetividad)
2. El concierto me parecido cojonudo. En especial en temas de sonido, aunque he de decir que definitivamente no era un concierto ni para ti (como recien introducido) ni para mi (fan del greatest hits y alguna cancion mas, pero desconocedor de su obra en profundidad) era un concierto para los 'muy' fans, o como dicen algunos, para los incondicionales. He ahi una posibilidad a tener en cuenta del porque algunos temas te dejaron un tanto destemplado (al igual que a mi) no crees?
No se, me parece que sin ser muy conocedor de su obra y dado lo bien que sono el concierto es un pelin injusto decir que perdieron en intensidad ellos, cuando es posible que en realidad los que perdieramos intensidad fueramos nosotros, no?
Hasta aqui todo lo que tenia que decir para soltar mi racion de toca-huevos (aunque como sabeis lo hago desde el cariño).
Me alegra mucho la vuelta al teclado de El Perro Lunar. se que no soy quien para decirlo, pero a ver si el tiempo os permite escribir para que un servidor no tenga que esperar mucho para vuestra proxima entrega
Yo como ni fui ni nada, sólo paso a decir que me he descojonao con lo del síndrome Pertegaz, y que Mint Car mola mucho :)
Supongo que os partiríais el ojete anoche con el "Celebrities" de Robert Smith.
"Yo no sé lo que es que me pidan un bis... tres horazas duran mis conciertos". JA, JA, JA, JA, JA!
Un saludo.
Publicar un comentario