05 marzo 2009

Nacho Vegas

Joy Eslava - 4 de febrero de 2009

Ha pasado más de un mes, pero seguía sintiendo dentro de mí el imperativo categórico de escribir esta crónica. Me había quedado en el terrible des-concierto de la sala Sol, así que era justo y necesario narrar que si hubiera salido de la treintañera sala y hubiera bajado la calle Montera para después cruzar la Puerta del Sol empleando dos días en el trayecto, me habría encontrado de nuevo frente al mismo hombre, que parecía otro.

En efecto, Nacho Vegas actuaba el 4 de febrero en Joy Eslava, había actuado en el mismo lugar el 31 de enero y actuaría una vez más el 12 de febrero. Semejante triplete (que también había firmado un mes antes nuestro admiradísimo Quique González) se explica por el cierre de La Riviera, cuyo aforo vendría a ser aproximadamente tres veces Joy. Dentro de poco, los músicos tendrán que meterse a tocar dos semanas seguidas en el mismo garito, como si fueran Celine Dion o Tom Jones en Las Vegas. En cualquier caso, se constata que el aumento de la popularidad de este hombre desde su último disco en solitario hace tres años ha sido exponencial. Claro que por el camino ha sacado dos discos a dúo (con Bunbury y con Christina Rosenvinge) y creó el grupo Lucas 15 para rescatar el folklore asturiano, así que desaparecido tampoco ha estado.

A pesar de llevar tiempo disfrutando de sus canciones, nunca me había animado a ir a un concierto de Nacho Vegas. Principalmente porque me parecía que su tono intimista no ofrecía muchas posibilidades en directo y porque las crónicas hablaban de un tipo que descuidaba totalmente las formas, que cantaba bajito y no se le entendía, un tipo a quien ya había visto dos días antes. Afortunadamente ese tipo no salió. Apareció otro impecablemente trajeado y con ganas de hacer las cosas bien, que cantaba alto y claro y que tenía detrás una banda fantástica. Bien es cierto que en el escenario no se movía nadie y que las únicas palabras dirigidas al público fueron para presentar rápidamente a los músicos, pero no hacía falta más para que el concierto resultara intenso e impecable.
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Como era previsible, casi la mitad del repertorio perteneció a su último disco, El manifiesto desastre, cuyas tibias críticas me sorprenden, a mí me parece tan bueno como los anteriores. Lástima que la mejor canción, la desgarrada “Morir o matar” no dio de sí todo lo que se podía esperar. Del resto hubo un reparto bastante equitativo, aunque la gente echó de menos más visitas a su debut, Actos inexplicables, del cual sólo rescató la inevitable “Que te vaya bien, Miss Carrusel” que (esta vez sí) con su característico banjo sonó brillante. También hubo un par de temas del disco a medias con Bunbury pero ninguno del que grabó con nuestra poco querida Christina Rosenvinge, probablemente porque el primero sea digno de reivindicación y el segundo de olvido.

En cualquier caso, el repertorio de grandes canciones que maneja el asturiano es ya tan amplio que es imposible satisfacer a todos los espectadores, a mí también me hubiera gustado que tocase “El ángel Simón” o “El salitre”, pero no lo pensé mientras duraba el concierto. Por cierto, los espectadores. Eso merecería un post aparte, qué barbaridad. Creo que nunca había visto tal grado de admiración y apasionamiento. Cada vez que sonaban los primeros acordes de una canción surgían gritos y oooh’s por toda la sala, daba igual cual fuera. Entre canciones no paraban de lloverle elogios que iban del “artista” al “poeta” pasando por el recurrente “guapo”, y antes de los bises, el estruendo para hacerle volver fue tremendo. Yo no sé si Nacho Vegas es un artista “de culto”, pero desde luego sus seguidores le idolatran cual becerro dorado.

He hecho mención antes a los formidables músicos de acompañamiento, pero lo haré de nuevo. Al presentarlos, Vegas afirmó estar” muy orgulloso” de ellos, y en alguna entrevista ha dicho que es la mejor banda con la que ha tocado. No me sorprende. Además de su fiel escudero Xel Pereda, destacaba un hombre llamado Abraham Boba al teclado que tomaba mucho protagonismo, y era para bien. En cualquier caso sonaban todos de maravilla y tuvieron momentos de auténtico lucimiento, especialmente cuando fusionaron “El tercer día” y “Perdimos el control”, en lo que fueron los minutos más ruidosos e intensos de la velada, que tuvo incluso sus momentos movidos con las animadas “Secretos y mentiras” o “El hombre que casi conoció a Michi Panero”.

No obstante, no conviene perder la perspectiva. Todos sabemos que el éxito de Nacho Vegas se debe a que es, en dura pugna con Sr. Chinarro, el hombre que escribe las mejores letras de España. Por eso todos los allí presentes nos sabíamos palabra por palabra canciones de ocho minutos sin estribillo, y por eso lo más memorable fueron los ratos en los que el artista se plantaba totalmente solo a desgranar con la guitarra acústica las estremecedoras historias que se cuentan en “Ocho y medio” o en la “Añada de Ana la friolera”. Esa gotera llenando de agua gris los cacharros de metal, esa pareja que prometió quererse mientras el frío existiera…el concierto entero podría haber sido así sin ningún problema.

Con “un ambicioso plan que consiste en sobrevivir” se despidió el asturiano, que fue estudiante de filología hispánica, que es poeta, que lleva años probando el enorme poder de la palabra y que esa noche demostró además lo mucho que luce cuando se la viste con buena música.

3 comentarios:

Milton Malone dijo...

Nacho Vegas es otro de tantos artistas con el que tengo una relación de amor-odio. Bueno, más bien de amor-aburrimiento. Me parece tremendamente irregular, sus letras me pueden doler en el buen y mal sentido de la palabra, porque me llegan a los más profundo o porque tienen ripios de vergüenza ajena.

Habría que reivindicar a Manta Ray, por cierto.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Excelente testimonio. Añadiría yo, para terminar de convencer a los millones de cosmonautas que os siguen desde la estratosfera, el inciso aquél de la Rosenvinge -"sospecho (calada) que estará (calada) en su puta casa"- o el cigarrodiscurso sobre la azafata que le invita a cambiarse de sitio (¿sería, acaso, la Rosenvinge en otra de sus inagotables facetas?) por temor a que desfallezca.

Jose Ramón dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.