Hubo un momento en el que parecía que Andrés Calamaro estaba en condiciones de acceder al nivel último del prestigio musical, a ocupar ese exclusivo lugar en el cual el artista ya está por encima del bien y el mal haga lo que haga. Ese lugar de perennes críticas favorables, constantes ventas millonarias y legiones de incondicionales. Ese lugar que alcanzó por ejemplo Joaquín Sabina después de 19 días y 500 noches. Ocurría esto en los últimos coletazos del siglo, después del éxito con Los Rodríguez y de publicar dos auténticas obras maestras en solitario. Sin embargo, el argentino no parecía tener prisa por instalarse en semejante Olimpo y se descolgó con un mastodóntico quíntuple disco que nos dejó a todos sin saber muy bien qué decir ni qué pensar. Y desde entonces nada, silencio desde entonces.
Tras cuatro años de ausencia, la reaparición no estaba siendo como para volverse locos. Las “novedades” de Calamaro eran versiones, boleros, tangos, acompañamientos flamencos, un directo, y un disco a medias con el veterano Lito Nebbia, demasiado maduro, demasiado oscuro y muy poco digestible. Y lo que es peor, nada que oliera a rock ni de lejos, lo que parecía contradecirse con sus mini-giras junto a Ariel Rot o Fito Cabrales. A excepción de sus fans más irreductibles (que no son pocos ni mucho menos), el gran público ya no estaba interesado en Calamaro como en los días de gloria. Para rematarlo, se publicó el siempre temido disco-homenaje, la lápida que coloca la industria cuando al artista en cuestión se le da por muerto comercialmente. Pero no. Cuando ya muchos habíamos perdido la fe, aparece esta milagrosa Lengua Popular que nos hace golpearnos el pecho en acto de contrición por haber dudado de Andrés.
Resulta difícil comparar este disco con anteriores trabajos de su autor, principalmente porque es un disco alegre, probablemente el más feliz de su amplia trayectoria. Cuando se habla de Calamaro nunca hay que perder de vista la íntima conexión entre su música y su vida personal, por lo que parece evidente que tanta beatitud esté motivada por su relación con la modelo y actriz Julieta Cardinali y el reciente nacimiento de la hija de ambos. Supone esto un cambio notorio para sus viejos seguidores, más acostumbrados a los temas escritos con sangre en noches de insomio que a las canciones de amor. Porque hay preciosas, tiernas y honestas canciones de amor, que son mucho más difíciles de escribir que las de desamor, adornadas incluso con pinceladas de erotismo. Calamaro no engaña a nadie, y ya en la primera escucha se hacen evidentes declaraciones de principios como “ya no tengo espinas clavadas en el corazón” o “ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás”.
Pero no todo es romanticismo, ya que las letras nos muestran a un compositor que ha recuperado la forma y vuelve a mostrarse como el “poeta fértil” que solía ser, cuyos versos fluyen entre juegos de palabras y que sabe ponerse serio o bromista sin perder la soltura. En el aspecto lírico es probablemente su disco más argentino, repleto de términos como cucumelo, cafiolo y un tema puramente porteño como Comedor piquetero, que hacen que los “gallegos” añoremos los tiempos en los que en el río de la Plata se preguntaban qué sería eso del mus a lo que hacía trampas el viejo Armando en Nunca es igual. Cabe preguntarse si Calamaro se fue de carnaval recientemente, porque esa palabra aparece hasta en tres canciones distintas. Por otra parte, no nos encontramos ante lo que llamaríamos un disco de rock, pero las guitarras tienen mucho protagonismo. Resulta fundamental el gran trabajo llevado a cabo por Cachorro López, viejo compañero de Andrés en Los Abuelos de la Nada reconvertido a productor de éxito, que también aparece acreditado en la parte musical de muchos de los temas dotando al disco de una luminosidad que realmente se agradece.
La belleza y la frescura de las canciones se adivinan desde el envoltorio, ya que el diseño del cd y el libreto es una maravilla a cargo del genial dibujante argentino Liniers. Una agradable novedad, dado que los discos de Calamaro nunca se han distinguido por sus portadas. Además cuenta con una introducción del periodista y escritor Rodrigo Fresán, como ya ocurriera en Nadie sale vivo de aquí (del ’89, probablemente el mejor disco desconocido de Andrés) y que acaba de publicar su esperado libro con la traducción de todas las letras de Dylan.
La lengua popular es un disco brillante y muy fácil de disfrutar, a la altura que corresponde a un gran escritor de canciones que muestra lo mejor de sí mismo. Un acierto seguro a la hora de comprar, que recomiendo sin ningún temor a cualquiera que… bueno, a cualquiera sin más.
Nota: 8
3 comentarios:
Creo que sólo he oido este disco en tu coche, en realidad. Pero creía recordar que no te gustaba mucho, no? o ese es otro?
Me gusta bastante Calamaro, pero no lo sigo con tanta pasión... de todas formas, creo que me quedo con los discos viejos. Y con determinadas canciones...
PD: siento mi incapacidad de dejar un comentario objetivo y no personal..
Aunque el diseño del disco no me convence he de decir que últimamente he estado empapándome de "los rodriguez" y despues de leer esto me apetece mas escuchar este disco.
Lo he escuchado solo un par de veces y la verdad es que no me ha llenado mucho, será que ahora prefiero más que nunca las canciones atormentadas del Andrés de siempre y no las felices...
Aunque Los Chicos me gusta mucho.
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